En
la iglesia penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno se halla una de las
esculturas más descollantes e interesantes del barroco dieciochesco
vallisoletano. Se trata del San José con el Niño que talló en 1730 el escultor
pucelano Manuel de Ávila (1690-1733), último eslabón de la gran familia de
artífices, la cual está compuesta por su hermano Pedro (1678-1755) e hijo de
Juan de Ávila (1652-1702). Manuel de Ávila es el más desconocido,
artísticamente hablando, de los tres artistas puesto que su catálogo es
escuetísimo. Se formó en el taller de su hermano Pedro, de quien tomará ciertos
estilemas y modelos que posteriormente él copiará, pero nunca literalmente. Uno
de los modelos que tomó para sí de Pedro de Ávila es el de San José que éste
había creado en la primera década del siglo XVIII y del que haría diferentes
versiones, siendo la más perfecta la que talló en 1714 para la catedral
vallisoletana
El
16 de febrero de 1730 el cofrade Pedro González expuso la conveniencia de que
se hiciese “un San Joseph de bulto, del tamaño natural, con el Niño Dios en los
brazos" para colocarle en el colateral del Evangelio, en correspondencia a
Nuestra Señora de la Natividad que se encontraba en el de la Epístola. Seguidamente,
González dio la noticia de que un cofrade escultor, Manuel de Ávila, se había
ofrecido a realizarla gratuitamente “con
todo primor por ser su habilidad bien conocida en esta ciudad”, si a cambio
se le concedían honores de diputado; es decir, si se le eximía de servir el
cargo de alcalde, así como otros cargos importantes dentro de la cofradía que
le restarían mucho tiempo a la práctica de su oficio.
El
cabildo consideró y discutió el ofrecimiento, valoró la efigie entre 800 y
1.000 reales y acordó que la realizase sin cobrar maravedí alguno, y cuando
estuviera acabada se le otorgarían los honores solicitados. La propuesta
llevaba aneja un traslado del Cristo del Despojo, que había de quitarse del
colateral del Evangelio y situarse en un “retablico
del cuerpo de la iglesia”, enfrente del de Nuestra Señora de la Soledad. La
distribución de los altares quedó según muestra este grafico que publicó
Arribas Arranz:
Casi
un mes después, el día 5 de marzo, otro escultor, también cofrade (posiblemente
se trate de Antonio de Gautúa, que desempeñó varios cargos dentro de la
cofradía, incluso el de alcalde), quiso competir con Ávila y ofreció hacer el
San José con la misma condición de que le dieran los honores de diputado; sin
embargo, esta propuesta no prosperó y Ávila se hizo con el encargo.
Manuel de Ávila. San José con el Niño (1730. Iglesia penitencial de N. P. Jesús Nazareno) |
El
22 de diciembre de 1730 se firmaba uno de los libramientos a favor del
escultor, el cual tenía un valor de “veinte
y cinco reales de vellón, resto de lo que se le tiene señalado por la Cofradía
de Jesús para la fábrica del San Joseph que está haciendo para la iglesia”.
Aún se dilató la ejecución de la escultura unos meses puesto que hasta agosto
de 1731 no procedió a policromarla el maestro dorador y estofador Bonifacio
Núñez, el cual percibió por esta tarea 150 reales y otros 10 reales “por lo dorado de la diadema”. En el
inventario de 1752 ya figura descrito: “Un
colateral tiene a San Joseph con su Niño, de cuerpo entero, del tamaño natural”.
Años
después del gravísimo incendio que sufrió la iglesia en 1799 la cofradía tuvo
que sustituir el retablo mayor y los colaterales, de tal manera que los viejos
retablos barrocos dieron paso a unos nuevos neoclásicos. Tan solo sobrevivió el
retablo barroco de la Virgen del Sacro Monte Calvario, si bien se modificó su
ubicación al pasar del fondo de la iglesia a la parte izquierda del crucero. La
imagen de San José pasó a presidir el retablo colateral de la Epístola, que fue
realizado en 1802 por Eustaquio Bahamonde; este retablo sirvió de modelo para
que años después, en 1811, José Bahamonde (hijo de Eustaquio y último eslabón
de la gran estirpe de ensambladores comenzada por Pedro Bahamonde) realizara el
colateral del Evangelio (Cristo del Despojo).
El
retablo-hornacina es muy sencillo dado que se estructura en un banco con dos
gradas sobre la que asienta un único cuerpo compuesto por una hornacina
rematada por un cuarto de esfera y flanqueada por dos columnas corintias. Ya en
el ático, en el centro exhibe un medallón recubierto de laureles que contiene
una grisalla que representa San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña. A los
lados del medallón, y justo en la vertical de las columnas del cuerpo del
retablo aparecen dos angelotes situados sobre trozos de entablamento para
darles mayor altura. A pesar de su aspecto marmóreo, seguramente se trate de
dos esculturas en madera policromada pintadas de blanco. Algo similar ocurre
con el retablo, que aunque es de madera se encuentra enmascarado por la
policromía que finge ser de materiales nobles: mármol y bronce dorado. El
lienzo de la Sagrada Familia de la Virgen tal vez proceda atribuírselo al
pintor vallisoletano Leonardo Araujo (1762-1814), artífice que había trabajado
unos años antes para la cofradía, de la cual era miembro, concretamente en 1799
pintando los ángeles portadores de los Arma Christi de la pechinas del crucero
de la iglesia.
Eustaquio Bahamonde. Retablo de San José (1802. Iglesia de N. P. Jesús Nazareno) |
Muy
tempranamente adquirió la escultura de San José gran popularidad y veneración.
Esta importancia devocional fue dual: pública y privada. La devoción pública la
representaron las diversas ocasiones en que la escultura fue requerida para
presidir desde el balcón del consistorio vallisoletano diferentes eventos
populares. Así, por ejemplo, el 22 de mayo de 1808, fue situada en el balcón
del Ayuntamiento junto con el estandarte de la Fe del Tribunal de la
Inquisición, y un retrato de Fernando VII, cuando se produjeron las primeras
protestas de la ciudad contra las maniobras napoleónicas en España. Poseemos
dos descripciones de este momento gracias a las plumas de Domingo Alcalde
Prieto y por Francisco Gallardo Merino. San José volvió nuevamente al balcón
consistorial el 2 de junio de ese mismo año con motivo de la proclamación como
rey de Fernando VII. En esta ocasión San José estuvo acompañado de la Virgen
del Pilar de la iglesia de Santiago Apóstol, del grupo de la Traslación de San
Pedro Regalado (iglesia del Salvador) y el estandarte de la Fe de la
Inquisición.
En
cuanto a la devoción privada, ésta es la que profesa cada persona de una manera
más íntima, fundamentalmente en su casa. En siglos pasados no existía hogar en
el que no hubiera pinturas o esculturas que sirvieran a su poseedor para
realizar sus rezos y meditaciones. Con el tiempo fueron adquiriendo mucha
importancia las estampas puesto que además de tener un menor coste podían
propagar una devoción local o regional a territorios muy lejanos. Si hasta
entonces poseer un lienzo representando a la Virgen de las Angustias o a la de
la Pasión era algo bastante habitual, a partir de ahora lo sería el tener un
grabado del San José de la Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús
Nazareno. Efectivamente, el éxito de la imagen se vio reflejado en la apertura
de un grabado, que según se lee en el mismo, fue realizado “A expensas de la
Devoción” por Joaquín Canedo, y retocado por Solares.
Joaquín Canedo. Grabado del San José que se venera en la iglesia penitencial de N. P. Jesús Nazareno (h. 1803-1805) |
El
grabado representa fielmente la escultura de San José con el Niño, si bien la
calidad del mismo no es demasiado elevada. El santo aparece sobre su peana y al
fondo unas nubes enmarcan su figura. En la parte baja figura un paisaje
montañoso y a la derecha unas casas. Justo a los pies del santo hay un azadón.
Enmarca el grabado una cenefa que abarca los lados laterales y el superior
puesto que en la zona baja se desarrolla un escrito. Esta cenefa se encuentra
recorrida por dibujos de diferentes herramientas propias de un carpintero, con
lo cual se alude a la profesión del santo. La parte inferior de la estampa la
completa, como ya dijimos, un texto en el que se puede leer: “Vº Rº DEL
PATRIARCA SN. JOSEF COMO SE VENERA EN LA YGLESA PENITENCIAL DE N.P.J.N.”. “El
Yllmo. Sor. Obispo de esta Ciudad de Valladolid Dn. Vicente Soto y Valcarce
concede 40 días de indulgencia a todos los fieles christios qe devotamte.
Rezaren la oraon. Del Paternoster y Ave María delate. De la Efigie o estampa
del Sto. rogando a Dios por la paz y concordia entre los Príncipes Cristios.
Victoria contra infieles extirpación de las eregias y necesidades del Reino”.
Ya fuera del recuadro, en el exterior inferior izquierdo se lee: “Canedo Dº
Solares la retoco. A expensas de la Devoción”.
Al
ver que su autor fue alguien apellidado Canedo, existen dos posibilidades:
Ramón Canedo (1734-1801) o su hijo Joaquín (1757-d.1805). Dado que en la
estampa se alude a que el obispo de Valladolid era don Vicente José Soto y
Valcárce, que ejerció su ministerio entre los años 1803-1818, no cabe duda que
el autor del grabado fue Joaquín.
Fotografía obtenida del Archivo Fotográfico del Depatamento de Historia del Arte de la UVA |
El
presente San José, que llegó a ser definido por Martín González como una “escultura
de gran porte, entre las mejores del siglo XVIII vallisoletano”, es una versión
de la tipología creada por su hermano; hecho que, aunque visible, ya fue
destacado por Martín González: “una escultura de San José, donde le vemos
continuar el estilo de Pedro de Ávila”. Hay que matizar que se trata de una
versión y no de una copia puesto que introduce leves variantes compositivas,
pero también estilísticas, ya que no utiliza los paños de su hermano:
minuciosos, muy aristados facetados y movidos. Manuel por contra concibe los
pliegues con unas concavidades amplias, aunque no tan profundas, con un
movimiento menos vertiginoso e incluso pueden parecer algo acartonados. Además,
y como ya observó Martín González, “propende
a geometrizar los perfiles y las líneas”. Así es, los perfiles son más
sinuosos, en este caso en el manto parecen unos dientes de sierra. Las otras dos
diferencias son de tipo compositivo: la cabeza no la gira levemente hacia abajo
para observar al Niño Jesús que porta entre las manos, sino que la mantiene
erguida y tan solo mueve los ojos para ver a su hijo. La otra disparidad con
respecto al modelo de San José creado por su hermano es la más evidente: Pedro
de Ávila dispone a su santo con una de las piernas adelantada, la cual podemos
ver en parte gracias a que la túnica se encuentra abierta a la altura de la
rodilla. Manuel de Ávila por contra no tiene la túnica abierta, por lo que
tampoco se le ve la pierna; con lo cual pierde la elegancia y refinamiento que
posee aquella.
San
José aparece de pie, estático, al no tener la pierna derecha adelantada; sin
embargo, para crear contrapposto remarca la pierna y sobre todo la rodilla
mediante la técnica de paños mojados, ciñéndose fuertemente la túnica al
cuerpo. Viste una túnica negra que tan solo deja libres la cabeza, manos y
puntas de los zapatos; por encima tiene echado un gran manto marrón con una diminuta
franja decorativa dorada corriendo el borde. Este manto es tan amplio y
ampuloso que apenas permite ver la túnica. Los pliegues como ya hemos dicho son
a cuchillo pero geométricos, creando amplias concavidades donde la recta impera
sobre la curva. El borde del manto también acusa esa habilidad que tiene su
hermano Pedro para adelgazar las maderas hasta la extenuación y moverlas con
gran naturalismo. Crea unos pliegues especialmente amplios bajo el brazo
derecho, de tal manera que lateralmente forma una gran curva pero que visto por
el frente sube hacia el otro brazo en una perfecta diagonal regada de pequeños
perfiles cóncavos. Donde los pliegues adquieren una forma más geométrica es en
la parte baja de las prendas, que es donde parece formar lo que en su hermano
llamamos “roca geométrica”. Además, en este lugar figura uno de los clásicos
estilemas de Pedro de Ávila: la colocación de los pies en un ángulo de 90º y
separados por un pliegue fuertemente aristado.
El
santo dirige la mirada hacia su hijo, al cual tiene tumbado sobre un paño
blanco que agarra con ambas manos. El Niño es muy similar al que vimos en el San
José con el Niño que su hermano talló para el Santuario del Henar (Segovia).
Completamente tumbado, mira a su padre mientras eleva la mano derecha, con la
cual intenta acariciar la barba paterna. Los pliegues del manto acusan
perfectamente el peso del Niño y el efecto que provoca las manos del santo al
sujetarlo. Estas manos, que parecen estar talladas directamente en la
escultura, son un prodigio técnico, su tratamiento minucioso le lleva a que
acusen blandura y a definir delicadamente las venas, articulaciones y hasta las
uñas. La manera de disponer los dedos también procede de su hermano pues repite
la seriación con la que éste las concebía.
En
la cabeza también encontramos diversos detalles que ayudan a diferenciar a esta
pieza de Manuel de los San José de su hermano Pedro. Así, el rostro es algo más
estrecho, lo que hace que los ojos se encuentren muy juntos, a la vez que están
más cerrados, el achinamiento es mayor. No vemos el característico bulto bajo
los ojos sino que hunde los ojos directamente. Las cejas son rectas; la nariz
posee un tabique ancho y aplastado pues Manuel no la va ensanchando levemente
hacia su parte inferior sino que es recta y adquiere mayor volumen en la punta.
Podríamos decir que el geometrismo también lo aplica a la nariz; boca pequeña y
estrecha en la que apenas se aprecian los dientes superiores y la punta de la
lengua. En cuanto a la barba y el pelo, tiene muchas coincidencias con el San
José que su hermano Pedro talló para el referido Santuario del Henar
(Valladolid). Efectivamente, la barba es bífida y muy potente, concebida a
través de una sucesión de mechones sinuosos en los laterales del rostro y en la
parte frontal remata bífidamente en dos amplios mechones realizados a base de
caracolillos. El bigote también remata sus dos puntas en caracolillos. El vello
de bigote y barba no forma una masa compacta sino que el escultor se empeña en
definir cada onda y cada mechón. Finalmente, la cabellera es simétrica y su
talla adolece de cierta sequedad. Sobre la frente dos pequeños caracolillos que
apenas se apartan del cuero cabelludo; el cual cae a ambos lados del rostro
cual grandes masas de guedejas curvas que van formando una sucesión de ondas
cada vez más anchas y profundas, llegan hasta la base del cuello y caen por la
espalda.
Sería
interesante que esta magnífica escultura volviera a salir a la calle, pero
presidiendo una procesión el día de su fiesta, el 19 de marzo, día del padre.
BIBLIOGRAFÍA
- ALCALDE PRIETO, Domingo: Manual histórico de Valladolid, Grupo Pinciano, Valladolid, 1992.
- ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
- GALLARDO Y MERINO, Francisco: Noticia de casos particulares ocurridos en la ciudad de Valladolid Año 1808 y siguientes. Obra publicada, corregida, anotada y adicionada con un prólogo por D. Juan Ortega y Rubio Catedrático de esta Universidad, Imprenta y Librería Nacional y Extranjera de los Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1886.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana. Segunda parte, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1971.
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