Hace unas semanas que regresó al Monasterio de San
Joaquín y Santa Ana, en cuyo museo se expone habitualmente, el delicado Busto
de Dolorosa realizado hacia el año 1673 por el excelso y prolífico escultor
granadino Pedro de Mena. Tras un periodo de ausencia en el que ha estado siendo
restaurado en el Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de
Castilla y León ha regresado por todo lo alto, tal y como si acabara de salir
del taller de Mena. Su restauración ha sido excelente y queda patente tanto en la
blancura del rostro, otrora ennegrecida, y el azul del manto, como en la reintegración de las lágrimas que había perdido. Desconocemos cómo recaló este busto en el cenobio, y
no debió de hacerlo solo puesto que hay testimonios (incluso gráficos) de que
antaño existió una Magdalena penitente suya, de tamaño menor que el natural. Es
posible que la presencia de la Dolorosa en este convento pudiera tener relación
con que sus hijas profesaran en el convento del Císter de Málaga, misma orden a
la que pertenece el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana. Sea como fuere, esta restauración de una de las obras maestras del museo no es sino un acicate más para visitar el museo, ese gran desconocido.
Antes y después de la restauración |
El busto, realizado en madera policromada es un
dechado de virtuosismo y delicadeza. No es una locura señalar que, junto al
conservado en Alba de Tormes, se encuentra entre los bustos más valiosos de la
extensa serie de Dolorosas y Ecce Homos que talló. El busto es de tamaño
natural, tiene las manos firmemente unidas entre sí para comunicar su angustia
y sus labios separados dan la impresión de estar emitiendo un lamento. Las
delgadísimas piezas de madera que conforman su tocado azul y el velo interno
hecho de lienzo enyesado sobre la madera protegen y enmarcan su rostro. Vista
desde atrás o desde un lado, esta tela azul exterior produce formas simples y
abstractas y oculta completamente el rostro.
En sus últimos años de trabajo Mena ya se había consagrado
como uno de los escultores más brillantes de su época, y encontró en los bustos
de Ecce Homo y Dolorosa una temática que suscitó enorme devoción. A esta
iconografía responden la mayoría de las obras que, en su taller, se realizaron
para exportar a los más diversos puntos de la geografía española, llegando incluso
hasta México y Austria. Aunque estos bustos suelen ir en pareja no es extraño
verlas también por separado. Señala Lázaro Gila Medina que este tipo de bustos
de la Virgen Dolorosa se dan por primera vez en la escuela de Granada con Pedro
de Mena. Bien la Dolorosa sola o acompañada por la figura del Ecce Homo, con
antecedentes éste en las creaciones de los Hermanos García, son obras muy
repetidas, con no grandes variantes, que se encuentran repartidas en nuestra
geografía y que se dan también en la escuela castellana. Asimismo, Gila piensa
que un antecedente de los bustos de Dolorosa puede hallarse en la perdida talla
de la Soledad del antiguo convento de la Victoria de Madrid que encargó en 1562
la reina Isabel de Valois a Gaspar Becerra.
Asevera Gila Medina que la producción de bustos de
Dolorosa de Mena se puede dividir en tres grupos: el busto corto, que ofrece
sólo la cabeza hasta el inicio del tórax, concentrando en el rostro todos sus
valores expresivos; el de medio cuerpo, sin duda el más frecuente de todos,
donde la figura se corta a la altura del pecho, apareciendo con los brazos
completos, con las manos superpuestas la una a la otra, como el ejemplar de la
iglesia de la Victoria de Málaga, o con los dedos entrelazados como el de la
catedral de Cuenca, o como se ha señalado, con un brazo extendido mientras se
lleva el otro al pecho, como el del Museo de Bellas Artes de Granada, al que
incluso se le añade por delante el susodicho sudario con la corona y los tres
clavos, cuyo verismo es tal que parecen verdaderas piezas metálicas, cuando son
de madera; y el busto prolongado o torso entero, el más completo, pues aparece
cortado por debajo de las caderas, ofreciendo la posición de los brazos las
mismas posibilidades que el segundo y el complemento delantero del sudario. El
presente busto de San Joaquín y Santa Ana, que pertenece a la tipología de
medio cuerpo, se halla cercano al conservado en el madrileño convento de Don
Juan de Alarcón si bien este último se haya emparejado con un magnífico Ecce
Homo.
Estos bustos fueron concebidos como imágenes de
devoción destinados a oratorios privados o capillas particulares en los que el
comitente meditaría acerca de la pasión de Cristo a través de su interrelación
con la pieza escultórica. Esta visión tan directa y cercana conllevó a que el
escultor debía de poner el máximo empeño y realismo en la talla, por lo que
además de realizar un apuradísimo estudio anatómico y de las calidades, incluyó
una serie de postizos que le dieran aún más verismo y dramatismo: pestañas
naturales, ojos de pasta vítrea, dientes de marfil, lágrimas traslúcidas…
En todos ellos sigue la misma tipología: la Virgen se
encuentra envuelta por un manto azul y velo blanco, que dejan al descubierto
una pequeña parte de la melena dividida por raya al medio, y el borde de la
túnica carmín. Cuello alto, cabeza levemente ladeada y boca pequeña. Esta gran
proliferación de bustos obligó a Mena a controlar las piezas que salían del
obrador, a fin de introducir pequeñas variantes que les dotara de alguna
singularidad; y lo logró, puesto que de los muchos ejemplares que conocemos, no
hay dos iguales. Sin embargo, hay que señalar que la mayor o menor presencia de
la mano del maestro se encuentra en función de la importancia social del
comitente.
BIBLIOGRAFÍA
- BRAY, Xavier: “21ª y 21b. Pedro de Mena. La Dolorosa”. En BRAY, Xavier: Lo sagrado hecho real. Pintura y escultura española 1600-1700, Ministerio de Cultura, Madrid, 2010.
- GILA MEDINA, Lázaro: Pedro de Mena escultor: 1628-1688, Arco Libros, Madrid, 2007.
- VV.AA.: Pedro de Mena y Castilla (Catálogo de exposición), Ministerio de Cultura, Valladolid, 1989.
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