Este año se cumplen 410 años desde la llegada de Pedro Pablo Rubens a Valladolid, ciudad en la que viviría durante todo un año. No todas las ciudades pueden “fardar” de haber tenido entre sus vecinos a uno de los pintores más importantes e influyentes de la Historia del Arte. A pesar de que es un hecho que aún todavía pocos conocen, aunque por suerte cada vez más, no está de más narrar esta historia para que los pucelanos puedan saber algo más de su maravilloso pasado histórico-artístico.
La venida de Rubens a España en 1603
formó parte del montaje de una operación de intercambio de obras de arte entre
la Corte de Mantua y la de España, operación que ofrece dos protagonistas: el
Duque de Mantua y el Duque de Lerma. El Duque de Mantua, Vicencio Gonzaga, se
esforzaba por mantener una supremacía artística, que exaltara de alguna manera
su reducida fuerza política. Gonzaga encarna un prototipo de defensor del arte
cortesano, que propende a la sublimación del ideal aristocrático. El regalo que
envía a la monarquía española, representada por Felipe III y su valido el Duque
de Lerma, representa una manera de afianzar la amistad y buenas relaciones con
el todavía estado más poderoso del mundo.
Para ofrecer el regalo envía como
embajador artístico a Pedro Pablo Rubens, primer pintor del Duque y artista ya
conocido en España. Era una forma de valorar su obsequio. Bien es cierto que a
Rubens, buen conocedor de su propia estima, no se le hizo mucha gracia este
papel secundario, aunque en el fondo escondía el deseo de pintar en España y
revalorizarse entre los entendidos españoles.
PEDRO PABLO RUBENS: Autorretrato |
Rubens traía para el rey Felipe III una
espléndida carroza, varios caballos (la caballeriza del Duque de Mantua era una
de las más acreditadas de Europa) y unos arcabuces; un presente ostentoso, pero
sin relación con el gran arte, que era la pintura. En cambio el regalo para el Duque
de Lerma era fundamentalmente pictórico; se sabía en Mantua de su afición por
el arte y se deseaba complacerle en este terreno. Es interesante este notorio contraste
entre el Rey –nada amante del arte– y el Duque, que era un gran coleccionista.
Por el mes de junio de 1602 se proyectó
el envío de los regalos, y el duque de Mantua ordenó a su embajador en Roma,
Lelio Arrigoni, que encargase al más hábil de todos los copiantes que allí
hubiere la reproducción de doce obras maestras. El pintor elegido para este encargo
fue Pedro Faccheti, el cual comenzó la tarea en el mes agosto y la terminó a
finales de año.
Una vez llegadas las pinturas a Mantua,
y reunidos ya los demás objetos que habían de completar los regalos, se pensó que
la persona que debería llevar a cabo esta misión fuera Pedro Pablo Rubens. La
comisión consistía sencillamente en conducir a España y poner a disposición del
embajador del Duque en esta Corte todos los objetos que componían el presente;
pero al mismo tiempo deseaba el duque de Mantua enriquecer la célebre colección
de retratos que en su palacio reunía de mujeres hermosas de todo el mundo, con
algunos de los de las beldades más famosas de la corte de España. Rubens llevó
bastante mal que se le diera este cometido tan poco elevado, recriminando a su
amo que le hubiera dado semejante encargo. En cuanto al regalo de pinturas era
más bien modesto. Se trataba de copias, aunque también venía algún original.
Retratos de Felipe III y el Duque de Lerma realizados en la época en la que la Corte se encontraba en Valladolid |
Acondicionados todos los efectos, y
provisto de su pasaporte Rubens salió de Mantua para Madrid el día 5 de marzo,
conduciendo lo siguiente: “Para S. M. la
carroza y los caballos. Once arcabuces, de ellos seis de ballena y seis
rayados. Un vaso de cristal de roca lleno de perfumes. Para el duque de Lerma todas las pinturas. Un vaso de plata de grandes
dimensiones, con colores. Dos vasos de oro. Para la condesa de Lemus una cruz y dos candelabros de cristal de roca.
Para el secretario Pedro Franqueza dos
vasos de cristal de roca y un juego entero de colgaduras de damasco con los
frontales de tisú de oro”. Acompañaban a estos objetos las cartas para
quienes iban dirigidas; y otra al Sr. Ibarti, embajador de Mantua en España.
La embajada mantuana siguió la ruta
marítima, partiendo de Livorno, hasta arribar en Alicante. El viaje duró
diecinueve días. Desde Alicante, Rubens emprendió el viaje a Valladolid
invirtiendo veinte días. La expedición se dividió. Rubens vino con la primera,
con la de los objetos preciosos (entre ellos diversos “vasos”) y los caballos;
en la segunda, con marcha más lenta para evitar daños, venían las pinturas y la
carroza. Supone Martín González, que la expedición se desviaría brevemente
hacia El Escorial, ya que en carta de Rubens, de 24 de mayo, ponderando la
inclinación del Duque de Lerma hacia la pintura, manifiesta que tenía la “costumbre de ver todos los días cuadros
admirables en Palacio y en El Escorial, ya de Tiziano ya de Rafael; estoy
sorprendido de la calidad y de la cantidad de estos cuadros”. Esta
afirmación no podría haberla hecho con la mera contemplación de lo que había en
Valladolid.
Rubens llegó a Valladolid el 13 de mayo
de 1603. Desde febrero de 1601 la Corte se encontraba en esta ciudad, pero en
ese momento los Reyes y el Duque estaban ausentes. Se alojó en casa del embajador
del Duque de Mantua, Annibale Iberti. Los Reyes vivían en el antiguo palacio
del Marqués de Camarasa, labrado por Luis de Vega, edificio que habían comprado
al Duque de Lerma. En cuanto a éste, conservaba unas habitaciones en dicho
palacio, inmediatas a la iglesia del convento de San Diego, donde tenía
tribuna. Pero se había hecho labrar un palacio junto a su fundación del
Convento de Belén, situado en el lugar donde al presente se levanta el Colegio
de San José. También conservaría, hasta 1606, el Palacio de la Ribera.
Palacio del Duque de Lerma. A su lado la desaparecida iglesia de San Juan (antiguo Convento de Belén) |
Cuando el cargamento de pinturas llegó a
Valladolid, Rubens quedó estupefacto ante el deterioro que había sufrido por
efecto de los temporales. El pintor había abierto el cargamento en Alicante
para que el contenido fuera examinado por los aduaneros españoles, comprobando
su perfecto estado: “Las pinturas
embaladas bajo mi dirección y vigilancia con todos los cuidados imaginables, y
en presencia del mismo Duque, abierta en Alicante por orden de los aduaneros, y
encontradas en perfecto estado de conservación, y desempaquetadas hoy en casa
del señor Iberti, han aparecido literalmente perdidas, hasta el punto que
desespero de poder arreglarlas. Las telas mismas, aunque provistas de guardas
de metal y de doble forro encerado, metidas todas en cajas de madera, se han
podrido por efecto de las lluvias continuas durante veinticinco días (cosa
increíble en España), los colores se han descascarado y por la demasiada
humedad se han hinchado y crecido, cosa en muchos sitios irremediable, a menos
que se arranque aquella con el cuchillo, y se las barnice de nuevo. Tal es en
puridad el mal, que no lo exagero para no dar lugar a que se crea que de
antemano hago valer la restauración, que haré de todos los modos posibles”.
Rubens se puso de inmediato a restaurar
las pinturas y poner en orden las cosas, antes de que se presentara el Duque.
Se dieron por irremediablemente perdidas dos pinturas: un San Juan de Rafael, y una Madonna,
de autor no precisado. Los demás lienzos fueron restaurados por Rubens a lo
largo de todo un mes. Aunque Iberti manifiesta que el daño recibido por las
pinturas no era tan grande como al principio pareció, no hay duda de que
el informe de Rubens es tan contundente como para concluir que efectuó una
restauración a fondo. Los cuadros restaurados eran copias de originales que
había en la Capilla Chigi, de Santa María del Popolo, efectuadas, como ya se ha
dicho por Pietro Facchetti a requerimiento del Duque de Mantua. Nueve de estas
pinturas, de la serie de los Planetas y la Creación, se encuentran actualmente
en el Museo del Prado. Sin duda Rubens tuvo que proceder con radicalidad,
fijando el color y haciendo “repintes”, como el propio Iberti dice. Ahora bien,
en todo procuró adaptarse a la obra original, sin propósito de falsear. Por
esta razón no se ve el estilo de Rubens, ya que él deliberadamente –lo
confiesa– no quiso que su obra se confundiera con la del autor de los lienzos.
En otras palabras: no hizo una copia, lo que le hubiera permitido actuar con
libertad, como más adelante haría interpretando a Tiziano; sino una
restauración sin invención. Por eso con todo orgullo podría decir Iberti
parecían tal como habían salido de Italia.
Demócrito y Heráclito |
Detalle. Demócrito |
Detalle.Heráclito |
Para compensar la pérdida de las dos
pinturas citadas, Rubens pintó en Valladolid una tabla representando a Demócrito y Heráclito, los dos filósofos
griegos encarnación del carácter alegre y melancólico respectivamente. Se ha
venido sosteniendo que estas pinturas son los lienzos de los dos filósofos
existentes en el Museo del Prado, que por su estilo avanzado parece habrían
sido retocados por Rubens en el segundo viaje a España en 1628. Sin embargo
Jaffé localizó el cuadro que Rubens pintó en Valladolid en el verano de 1603,
cuadro que se encontraba en una colección particular de Estados Unidos, y
actualmente en el Museo Nacional de Escultura.
Con motivo de este hecho Rubens y el Duque
de Lerma entraron en contacto. El Duque (que según Rubens “no era del todo ignorante de las cosas buenas”), examinó las
pinturas. Como es sabido, parte del lote estaba constituido por copias; no
obstante consideró que varias eran originales. De cualquier manera alabó la
cantidad y calidad de las pinturas que el de Mantua le regalaba. Pero hay algo
más, y ello acredita sus características de apasionado por las bellas artes:
empezó a interesarse por Rubens. El Duque preguntó al embajador mantuano si
podría quedarse en España, al servicio de la Corte, aclarando Iberti que sólo
había venido a escoltar el regalo y dar explicaciones de su contenido.
PEDRO PABLO RUBENS: Retrato ecuestre del Duque de Lerma |
Rubens fue el encargado de hacer la
presentación de las pinturas, colocándolas según el tamaño, el sitio y la luz
que requerían. Sin duda ello influyó en el juicio tan elogioso que hiciera el Duque.
Una corriente de simpatía se debió de establecer desde entonces entre Rubens y
el Duque de Lerma. El acercamiento Duque de Lerma-Rubens produjo un inmediato
fruto: el retrato del Duque. En carta
de 15 de septiembre Rubens muestra el deseo ardiente de hacer este retrato.
Como es bien sabido constituye esta modalidad retratística piedra de toque para
todo buen pintor, por las complicaciones que supone el integrar jinete y
caballo y ubicarlo en el espacio. Seguramente la modalidad ecuestre fue
sugerida por Rubens. El Duque se había extasiado ante el retrato del Duque de Mantua, por François Pourbus, que vino en el
regalo y que también fue para él. Rubens acentuó la fruición del Duque, con uno
de tipo ecuestre. Y esta pieza nos da la medida del valor pictórico de Rubens y
también de la ambición del de Lerma. Rubens lo hacía en Valladolid, cuando en
19 de octubre se recibe un requerimiento del Duque para que se desplace a La
Ventosilla para concluirlo. Que el pintor ponía el máximo empeño se desprende
de dicha carta, al reconocerse que “a
juicio de todo el mundo, va saliendo admirablemente”.
FRANÇOIS POURBUS: Retrato del Duque de Mantua |
Mientras pintaba el cuadro se le pide
que marche a La Ventosilla (se trata de una casa de campo del Duque de Lerma,
situada a pocos kilómetros de Aranda de Duero). La estancia sería cortísima. El
embajador decide ir con Rubens, puesto que allí se encontraban el Duque y el
Rey Felipe III. Rubens permanecería en Valladolid hasta diciembre de 1603.
Retornó a Mantua, seguramente por el mismo camino que había venido.
Entre otras obras encargadas por Rubens
en Valladolid figuran los retratos de
veinticuatro emperatrices que quedaron en casa de Don Rodrigo Calderón, que
eran también para el Duque de Lerma y cuyo paradero se desconoce. Sabemos
también que Rubens tenía emplazados a realizar el 17 de julio los retratos de damas españolas para la
Galería Beldades de su señor el Duque de Mantua. Aunque Rubens se empleara
fundamentalmente en el retrato ecuestre, dada su fecundidad, tuvo que tener una
mayor productividad. Por otro lado no iba a volverse con los bolsillos vacíos a
la Corte de Mantua. Por esta razón y aunque le repugnara, es de creer que
hiciera efectivamente retratos de damas
españolas. Es bien sabido sin embargo que se negó a pasar a Francia a su
regreso, para hacer otros retratos de damas francesas.
Uno de los muchos retratos de damas que se conservan de Rubens. Quién sabe si pintado en Valladolid |
El Duque de Lerma se quedó con el retrato
de Pourbus del Duque de Mantua (ahora en la colección Kaplan, de Chicago), pero
sin duda Rubens hizo otro para el Rey, pues en un inventario de 1615 se
menciona uno en el palacio de Valladolid. Otro tema es el del Apostolado. Se ha venido sosteniendo que
el que se conserva en el Museo del Prado fue pintado por Rubens en estos meses
de su estancia en Valladolid. Sin embargo, el análisis del estilo de Rubens ha
inducido a Matías Díaz Padrón y a otros autores a estimar esta serie como
pintada hacia 1613, y en este caso remitida desde Flandes. En 1618 manifiesta
Rubens que sus discípulos habían hecho un Apostolado
copiando el que tenía el Duque de Lerma, de su mano, serie retocada por el
maestro. Seguramente se está refiriendo al Museo del Prado, que se supone
procede de Valladolid. Ahora bien, no se sabe dónde se encontraba este Apostolado; se ha sugerido que fuera uno
que viera Ponz en el convento de San Pablo de Valladolid.
Apostolado realizado en Valladolid por Rubens. Ahora en el Museo del Prado |
Santiago el Mayor. Museo del Prado |
También sabemos de otro Apostolado, que en 1613 fuera ofrecido a
Don Rodrigo Calderón, con destino a un convento, tal vez el de Portaceli de
Valladolid, fundación de Don Rodrigo. En este edificio no hay rastro de dicha
serie.
BIBLIOGRAFÍA
- CRUZADA Y VILLAAMIL, Gregorio: Rubens, diplomático español: sus viajes a España y noticia de sus cuadros, según los inventarios de las casas reales de Austria y de Borbón, Casa Editorial de Medina, Madrid, 1960
- GONZÁLEZ GARCÍA VALLADOLID, Casimiro: Datos para la historia biográfica de la M. N. M. N. H. y Excma. ciudad de Valladolid, Tomo II, Maxtor, Valladolid, 2003, pp. 356-359
- MARTÍN GONZÁLEZ, J. J.: “Rubens en Valladolid” en IV centenario del nacimiento de Rubens: ciclo de conferencias, Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 1978, pp. 11-20
- VERGARA, Alejandro: “Don Rodrigo Calderón y la introducción del arte de Rubens en España”, Archivo español de arte, tomo LXVII, nº 267, 1994, pp. 275-283
Excelente entrada sobre un hecho que desconocía de este pintor y su paso por Valladolid. Me ha encantado la lectura tan amena de una parte de la historia de esta ciudad. Recientemente he visitado estas tierras y buscando información sobre el padre Heraclio de la iglesia de San Pablo en Peñafiel (el cual me atendió maravillosamente en mi visita a esta localidad) de la cual tengo pendiente publicar una entrada así sin querer he dado con su blog del cual me quedo como seguidora. Reciba mi más sincera felicitación. Buenas fotografías.
ResponderEliminarUn cordial saludo desde Barcelona.
Interesante historia de los inicios de una larga y fructífera carrera diplomática de Rubens, inicios titubeantes por cierto, pero que le proporcionaron experiencia y aplomo para sus siguientes "trabajos". Esta es una faceta no demasiado conocida del genial pintor, se puede consultar en : Rubens el maestro de las sombras de Mark Lamster, ed. Tusquets. Fidel Avendaño Grelle desde Ciudad de México.
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