Hoy abandonamos momentáneamente Valladolid para
trasladarnos a Salamanca para conocer uno de los retablos claves de la
retablística barroca charra. Se trata del retablo mayor de la iglesia de Sancti
Spiritus de Salamanca, antiguo templo del Monasterio de las Comendadoras de
Santiago, el cual posee una capital importancia por cuanto se trata del retablo
salmantino más importante de la primera mitad del siglo XVII (el otro gran
retablo que se construyó en esta época fue el mayor de la iglesia de San Martín
–obra conjunta del ensamblador salmantino Antonio González Ramiro y del
escultor toresano Esteban de Rueda (h.1585-1626/1627)-, desgraciadamente
perdido en un incendio acaecido el 2 de abril de 1854, y que sirvió de modelo a
muchos retablos, entre ellos, seguramente, éste de Sancti Spiritus). Su
importancia no solamente estriba en la labor puramente arquitectónica, sino
también en la escultórica.
A pesar de su complicado proceso constructivo, que se demoró
durante quince años (1644-1659), conocemos perfectamente su desarrollo merced a
que se halla perfectamente documentado. Su complejidad no solamente estriba en
lo que acabamos de comentar, sino en que fue una obra coral en la que
intervinieron numerosos maestros. En las dos campañas que se acometieron para
realizar el retablo podemos contar hasta siete maestros. A saber: en la primera
campaña (1644-1645) veremos trabajando al ensamblador Antonio Martín o
Martínez, y al escultor Antonio de Paz (h.1575-1647). Posteriormente, en la
segunda campaña (1658-1659) nos encontraremos con el ensamblador Juan de Rojas,
el ensamblador y escultor Andrés de Paz (h. 1600-1666) y los maestros pintores
y doradores Francisco Báez, Antonio de Valenzuela y Jerónimo de Coca. Toda esta
información fue dada a conocer en 1943 por Julio González en el artículo “El retablo mayor de
Sancti Spiritus de Salamanca”, publicado en la prestigiosa revista Archivo Español de
Arte. Anteriormente a la difusión de este artículo las esculturas del
retablo se venían atribuyendo al escultor vallisoletano Gregorio Fernández
(1576-1636) -hecho bastante usual puesto que hasta hace pocas décadas cuando se
encontraba una obra anónima de calidad en el territorio castellanoleonés
inmediatamente se ponía en el haber de Gregorio Fernández-, si bien en otras
ocasiones se atribuyó a Juan Rodríguez, escultor salmantino que debió formarse
en el entorno del propio Fernández, y que trabajó ampliamente en la ciudad
charra (descuellan sus relieves pétreos de la Entrada de Jesús en
Jerusalén, la Epifanía
y la Adoración de
los Pastores situados encima de las distintas puertas de acceso a la
catedral nueva).
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Portada de la iglesia de Sancti Spiritus, antiguo convento de las comendadoras de Santiago |
Hay constancia de que anteriormente a la construcción de
este monumental retablo existía uno de menor tamaño, el cual debía de constar
de un solo cuerpo. Pues bien, el nuevo retablo, el que es objeto de nuestro
estudio, fue concertado el 4 de mayo de 1644. Tal día doña María de Bracamonte,
a la sazón Comendadora del convento, y demás “freilas” se convinieron con el escultor
Antonio de Paz y el ensamblador Antonio Martín para que estos construyeran el
retablo mayor de su iglesia conforme a la traza que previamente habían
elaborado y firmado. Entre las condiciones pactadas destacaban las que
indicaban que “el
dicho retablo se ha de hacer y fabricar de madera de pino (…) valiéndose del
primer cuerpo que tiene el dicho retablo dándole las ensayas que demuestra la
traza”; y que
“el San Juan de la caja última del remate que hoy está se le da al dicho
Antonio de la Paz de gracia para que le acomode en el dicho retablo”. La
primera de ellas, la que señala que habría de utilizarse el primer cuerpo del
retablo que existía previamente en la capilla mayor, indicaba que a partir de
él se habría de fabricar todo el retablo, lo que nos resuelve la duda de porqué
para una fecha tan avanzada se trata de un retablo con una traza tan arcaica.
Por su parte, la que indicaba que se reutilizará el San Juan que existía en el
remate del anterior retablo parece que se cumplió, puesto que en la hornacina
izquierda del tabernáculo figura una pequeña escultura de San Juan Bautista.
Por toda esta obra, que debían de tener acabada y
asentada para el día 25 de julio de 1645, festividad de Santiago Apóstol –santo
patrón de las Comendadoras-, percibirían 13.000 reales: 8.000 reales en el caso
de Antonio de Paz, a cargo de quien correría “toda la escultura
historias y figuras redondas de los intercolumnios e historias de los
pedestales a satisfacción de maestros peritos en el arte y todas ellas a
distribución de la Señora Comendadora y freilas de su Convento”;
mientras que los otros 5.000 reales los percibiría Antonio Martínez por el
trabajo de realizar el ensamblaje del retablo (la parte arquitectónica), el
pedestal pétreo sobre el que asentaría y asimismo por dejarle asentado en el
altar mayor. Una vez acabada la obra y puesta en la capilla mayor se
procedería, como de costumbre, a elegir dos peritos, uno por cada parte, que
dictaminarían si la obra estaba realizada conforme a lo pactado en la traza y
condiciones previamente escrituradas. Los encargados de esta tarea fueron el
escultor salmantino Pedro Hernández (padre del también escultor Bernardo Pérez
de Robles) y el carmelita calzado Fray Diego del Castillo.
Según
señalan Rodríguez G. de Ceballos y Casaseca, los artistas no cumplieron con las
fechas estipuladas, puesto que se sabe que cuando falleció Antonio de Paz en
1647 el retablo no se había ensamblado y colocado en la capilla mayor.
Desconocemos el por qué no se ensambló el retablo. Pudiéramos pensar que el
retablo no se montó entonces debido a que las Comendadoras no contaban con el
suficiente dinero con el que afrontar su conclusión así como el dorado y
policromado del retablo y sus imágenes. Es por ello que esperaron a un momento
más propicio, el cual acaeció algo más de una década después. Pero, antes de
proceder al dorado y policromado, viendo las monjas que el retablo había
quedado algo anticuado para las fechas en que ya se encontraban decidieron
“modernizarlo”. Así, el 25 de mayo de 1658, la Comendadora doña María de
Bracamonte y las freilas del convento se concertaron con el ensamblador y
escultor Andrés de Paz (hermano de Antonio y su asiduo colaborador) y el
ensamblador Juan de Rojas para que estos realizaran “el aderezo que se ha
de hacer del retablo del dicho convento”. Estos aderezos corrieron en dos
sentidos: por una parte, la modernización del retablo mediante la inclusión de
elementos decorativos más acordes a aquellos tiempos, como son los festones de
frutas, las pulseras, los arbotantes que flanquean el ático, etc…; y por otra
la realización de nuevos relieves con los cuales completar el retablo. Hemos de
tener en cuenta que por aquellas fechas en España había acaecido ya un resurgir
del ornato en los retablos, dejando atrás el modelo de retablo
contrarreformista capitaneado por el retablo mayor del Monasterio de San
Lorenzo de El Escorial; y, además, la columna salomónica comenzaba a tomar gran
protagonismo; era la época que podemos definir como prechurrigueresca.
Los
relieves que debían de realizar ambos maestros, que fueron esculpidos por
Andrés de Paz, fueron los siguientes: los situados “bajo de las cuatro
grandes figuras” (Bautismo de Cristo,
la Huida a Egipto,
la Adoración de
los Reyes Magos y la Adoración de los
Pastores); y los que separan el segundo piso del ático (Jesús entre los
Doctores, la
Coronación de la Virgen, la Asunción y la Presentación en el
Templo). Además, habrían de fabricar, entre otros elementos, los cuatro
florones y dos arbotantes situadas encima de San Agustín y San Ambrosio; “dos Recuadros
curiosos con gallones y carillas” encima de San Pedro y San Pablo; y además
habrían de colocar a los Ángeles “dos viñas agnosas”
y “las Insignias
que les faltare”. Por todas estas tareas percibirían 2.000
reales.
Pocos días después de escriturar la reforma del retablo,
el 12 de junio de ese mismo año, la Comendadora y religiosas del convento se
concertaron con los doradores y estofadores salmantinos Francisco Báez, Antonio
de Valenzuela y Jerónimo de Coca para que doraran “de oro bruñido todo
el retablo y luego se han de ir metiendo los colores que le pertenezcan a cada
cosa y el escudo que está en el remate se ha de cobrar la tarjeta de su color”.
Además de esta labor, que era la principal, los maestros también se comprometieron
a “pintar y dorar
los Bustos de los Señores otorgantes que son los fundadores de dicha casa
(…) y asimismo han
de pintar y estofar una imagen de San Ambrosio y una imagen de Nuestra Señora y
su peana que están dentro de dicho Convento”. Una vez acabadas
todas estas tareas se colocó una inscripción: “Este retablo se hizo siendo
María de Bracamonte comendadora. Año 1659”.
Se
trata de un retablo que deriva del retablo clasicista o contrarreformista que
tuvo sus dos grandes exponentes en los retablos mayores del Monasterio de San
Lorenzo del Escorial (1579-1588), que sirvió de guía para toda España, y de la
Colegiata de Villagarcía de Campos (1579-1582), que supuso el modelo a seguir
en Castilla. Aunque se trata de un retablo de traza muy severa como corresponde
a esta tipología (cuyas características, son, por ejemplo, la pureza de líneas, la distribución en cuadrícula de
calles y cuerpos, la sucesión en altura de diferentes pisos separados por
entablamentos, y la práctica desaparición de la ornamentación), esta rigidez
queda un tanto desfigurada por cuanto nos encontramos ya en fechas muy
avanzadas; de hecho, ha pasado medio siglo desde que se fabricaran aquellos
retablos de El Escorial y Villagarcía.
Asimismo, este retablo pertenece, según palabras de Martín
González, a una tipología que se dio mucho en Salamanca y son aquellos
“netamente escultóricos”, que están compuestos por estatuas dentro de
hornacinas, pequeños relieves apaisados en los bancos y grandes relieves en las
calles. Asimismo, puntualiza el propio Martín González que la
composición del retablo es muy semejante a la que se utilizó para fabricar el
retablo mayor de la catedral de Plasencia (realizado por Juan y Cristóbal
Velázquez siguiendo la traza de Alonso Balbás, la parte escultórica corrió a
cargo de Gregorio Fernández), el cual fue el “motivo conductor del
retablo salmantino”.
El
retablo se estructura en tres bancos, dos cuerpos, ático, tres calles y dos
entrecalles. El conjunto se organiza en cada cuerpo a través de pares de
columnas corintias que flanquean la calle principal y las laterales, con la
única excepción de la portada del ático que se sustenta a través de sendos
machones. El ático se remata en un frontón curvo partido que recuerda las
formas de las Tumbas Mediceas construidas por Miguel Ángel en la Basílica de
San Lorenzo de Florencia. Los frisos corridos y retranqueados que separan tanto
el primero como el segundo cuerpo se decoran como bellas policromías con roleos
y otros motivos vegetales. Los aletones que encontramos en los extremos
laterales del primer y segundo cuerpo no dejan de ser sino una evolución y un
recuerdo de las viejas pulseras góticas que cerraban lateralmente los retablos.
Este
tipo de retablos fue muy frecuente en la Salamanca del momento, y entre los
múltiples ejemplos podemos señalar el desaparecido de la iglesia de San Martín,
y el retablo mayor de la parroquial de Cantalapiedra, ambos obra del
ensamblador Antonio González Ramiro, el retablista de mayor enjundia del foco
salmantino. Con respecto al de Cantalapiedra, la gran diferencia es que
mientras que este de Sancti Spiritus posee un orden de columnas en cada piso,
en Cantalapiedra observamos órdenes de columnas gigantes que unen dos pisos.
Por
su parte, la parte escultórica corrió a cargo de los hermanos Paz, siendo de
mucha mayor calidad la realizada por Antonio de Paz, a quien correspondieron
todas las esculturas de bulto redondo (Santos, Ángeles y Virtudes) y los seis
grandes relieves. En todos ellos se percibe los modos y maneras de Gregorio
Fernández, pero no solamente en lo referido al estilo, sino también en los
tipos humanos, lo cual queda claro en las efigies de San Pedro y San Pablo.
Todas las piezas son de gran calidad, con la excepción de los Ángeles y las
Virtudes del ático, en los cuales se percibe la mano del taller, la explicación
de esta participación del taller la encontramos en que no se trataba de figuras
fundamentales y en que al encontrarse a tal altura apenas se apreciaría desde
el suelo la calidad de las mismas.
Las
cuatro esculturas de santos destacan por ser una mezcla perfecta de sobria
monumentalidad y de naturalismo. Sus ropajes presentan amplias masas
alatonadas, en las que está desterrada toda dureza. Cada uno de estos santos
porta su atributo fundamental: las llaves para San Pedro, la espada para San Pablo, y los báculos y libros para San Agustín y San Ambrosio. La presencia de
ciertos rasgos estilísticos ciertamente manieristas, así como la falta de
movimientos decididos, nos indican que todavía no estamos ante esculturas puramente
barrocas. Por su parte, los grandes relieves, aunque perfectamente
estructurados y compuestos por figuras bien plantadas, poseen los mismos
déficits que buena parte de la relivística barroca española: la de no lograr
correctamente las sensaciones de profundidad y de perspectiva, tan solo
se salvaría de todos ellos el central, el de Santiago Matamoros, en el que la
diferente gradación del retablo (desde el altorrelieve del Santiago Matamoros
al fondo tallado en bajorrelieve) ayuda a dar sensación de profundidad.
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San Agustín |
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San Ambrosio |
El complejo programa iconográfico desarrollado en el
retablo fue concebido por la Comendadora del Convento, doña María de
Bracamonte. El principal ciclo desarrollado es el de Santiago Apóstol, patrón
de las Comendadoras de Santiago. Por la cantidad de episodios efigiados podemos
decir, sin lugar a equivocación, que se trata del retablo escultórico, junto
con el retablo mayor de la iglesia de Santiago de los Caballeros de Medina de
Rioseco (Valladolid), que posee una iconografía jacobea más rica. Así, preside
el retablo la medalla de Santiago Matamoros en
la Batalla de Clavijo, al que acompañan en las entrecalles otros episodios
de la legendaria historia del santo apóstol: la Aparición a Santiago
de la Virgen del Pilar, la Aparición de Santiago
al rey Ramiro I, la Decapitación de
Santiago y La
recepción del cuerpo de Santiago por la reina Tota.
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Santiago en la Batalla de Clavijo |
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La Aparición a Santiago de la Virgen del Pilar |
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La Aparición de Santiago al rey Ramiro I |
También se encuentra relacionada con la Orden de las
Comendadoras la aparición en el segundo cuerpo de la figura en bulto redondo de
San Agustín,
cuya regla seguían estas religiosas. La efigie de San Ambrosio se
afrontó a la de San Agustín por cuanto es una personalidad fuertemente ligada a
él, de hecho, le convirtió y le bautizó. Ambos son dos de los cuatro Padres de
la Iglesia Occidental. Las otras dos grandes figuras que contiene el retablo
son las de San
Pedro y San
Pablo, los Príncipes de los Apóstoles, y los dos santos más importantes de
la cristiandad, y cuyas efigies suelen figurar siempre en los retablos.
Finalmente, tenemos el gran relieve que exhibe el ático, que representa Pentecostés. Su
elección no fue baladí, de hecho, está muy pensada puesto que Pentecostés o la
Venida del Espíritu Santo hace referencia a la advocación bajo al cual está puesta
el cenobio: Sancti Spiritus.
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San Pedro |
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San Pablo |
Todo este conjunto se completa con múltiples relieves que
retratan diferentes episodios de la vida de Cristo y de la Virgen; un
Apostolado y Santoral que figura en los netos situados bajos las columnas (cada
apóstol o santo porta su atributo más usual); y cuatro esculturas de Ángeles
(dos guerreros y dos músicos) y dos de Virtudes. La presencia de Ángeles en los
áticos de los retablos barrocos fue muy usual durante el barroco en tierras
castellanas. Del escultor vallisoletano Gregorio Fernández procede la propuesta
de colmar los áticos de los retablos de ángeles dispuestos en las más diversas
actitudes: rezando, tocando instrumentos musicales, portaestandartes,
turiferarios, portadores de las Arma Christi, etc… En esta ocasión, y como ya
hemos dicho, los tenemos de dos tipos, quizás los más usuales: músicos y
guerreros.
Dicho
todo esto, y recapitulando, comenzando de abajo a arriba, y de izquierda a
derecha tenemos los siguientes esculturas y relieves. En el primer banco se observa
la Adoración de
los Magos, la Anunciación,
la Presentación en
el Templo y la Adoración
de los Pastores; son, por tanto, cuatro episodios alusivos a la vida de
Jesús niño. Pasando al primer cuerpo, en las calles extremas tenemos figuras de
bulto redondo de San
Pedro y San
Pablo, y en los intercolumnios grandes relieves efigiando dos episodios de
la vida de Santiago (La
recepción del cuerpo de Santiago por la reina Tota, y la Degollación de
Santiago).
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La Adoración de los Pastores |
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La Presentación en el Templo |
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La Adoración de los Reyes Magos |
En
el banco que separa el primer cuerpo del segundo tenemos otros cuatro relieves
de formato apaisado: el Bautismo de Cristo,
la Sagrada Familia
con Santa Ana, el Hogar de Nazaret
(se trata de una escena curiosa puesto que San José no aparece en su taller,
como es frecuente, sino construyendo un barco) y la Huida a Egipto.
El segundo cuerpo se halla presidido por un gigantesco relieve de Santiago Matamoros,
que está flanqueado por otros dos alusivos a la vida del santo (la Aparición a Santiago
de la Virgen del Pilar y la Aparición de Santiago
al rey Ramiro I), mientras que en las calles laterales se encuentran dos
esculturas en bulto redondo de San Agustín y San Ambrosio.
Pasando
al tercer banco, el que enlaza con el ático, observamos los relieves de Jesús entre los
Doctores, la Coronación
de la Virgen, la Asunción y la Presentación en el
Templo. La gran hornacina que conforma el ático presenta un relieve de la Venida del Espíritu
Santo, flanqueado por dos Virtudes (Fe y Esperanza), dos Ángeles músicos y
dos Ángeles
guerreros. Corona todo el conjunto, sobre el entablamento curvo existente
sobre el relieve de Pentecostés una tarjeta en la que está pintada la Cruz de
Santiago, Orden a la que pertenecen las Comendadoras, y por lo tanto el templo.
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La Venida del Espíritu Santo |
Para
concluir tenemos el Tabernáculo, que ocupa la calle central del primer cuerpo.
Se trata de una estructura de dos cuerpos de claro sabor clasicista, en cuya
puerta central presenta un relieve de la Resurrección
(inspirado en un grabado de Cornelis Cort realizado en 1569), y a los lados
sendas hornacinas de remate semicircular ocupadas por San Juan Bautista y ¿San
Antonio Abad?. Flanqueando el cuerpo superior se hallan dos ángeles que sirven
para colocar velas para alumbrar al Santísimo.
BIBLIOGRAFÍA
- GARCÍA
AGUADO, Pilar: Documentos
para la historia del arte en la provincia de Salamanca, Diputación
Provincial de Salamanca, Salamanca, 1988.
- GONZÁLEZ,
Julio: “El retablo mayor de Sancti Spiritus de Salamanca”, Archivo Español de
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- IGARTUA,
María Teresa: Desarrollo
del Barroco en Salamanca, Revista Estudios, Madrid, 1972.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El retablo barroco en
España, Alpuerto, Madrid, 1993.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca
castellana. Segunda parte, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1971.
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G. DE CEBALLOS, Alfonso y CASASECA CASASECA, Antonio: “Antonio y Andrés de Paz
y la escultura de la primera mitad del siglo XVII en Salamanca”, Boletín del Seminario
de Estudios de Arte y Arqueología, Tomo 45, 1979, pp. 387-416.
- RODRÍGUEZ
G. DE CEBALLOS, Alfonso: “El retablo barroco en Salamanca. Materiales, formas,
tipologías”, Imafronte,
Nº 3-5, 1987-1989, pp. 225-258.
Muy buena, no la conocía, no la había estudiado, gracias por compartir.
ResponderEliminar¿La espada de SAn Lucas?
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