Recién
regresado de Portugal no puedo por menos que tratar en este nuevo post de una
obra que por fin he podido observar con mis propios ojos, y he de decir que no
me ha decepcionado. Quiero dedicar esta entrada a todos aquellos con los que he
compartido mis momentos, tanto en la parte trasera del bus como en las visitas,
durante este maravilloso viaje en el cual hemos visitado en Oporto y el norte
de Portugal.
En
plena frontera entre España y Portugal, en una zona en la que ambos países
están separados por el río Duero, se halla un pequeño pueblecito que custodia
en el altar mayor de su catedral un magnífico retablo procedente de Valladolid.
Se trata de Miranda do Douro, una localidad desde la que se tienen unas
maravillosas vistas de los arribes del Duero. Los autores de dicho retablo
fueron los mejores artífices con los que contaba por entonces la ciudad del
Pisuerga: del ensamblaje se ocuparon Juan de Muniátegui y Francisco Velázquez,
mientras que la parte escultórica corrió a cargo de un tal Gregorio Fernández…
casi nada.
Algunos
se preguntarán ¿Cómo es que una catedral portuguesa posee un retablo mayor
vallisoletano? Pues muy sencillo, ya lo explicó don Juan José Martín González:
el retablo se contrató en 1610 y por entonces Portugal era parte de España
(recordemos que la unión de ambos países se mantuvo entre los años 1580-1640).
Es decir, Miranda do Douro era una ciudad tan española como Zamora, Madrid o
Valencia. Y, además de esto, ¿cuál era la escuela que “mandaba” en todo el
noroeste de España? Exactamente, la vallisoletana. Por entonces la escuela
vallisoletana, tanto de escultura como de retablística, recibió los encargos
más prestigiosos que se llevaron a cabo en el norte y el oeste de la península,
e incluso en Extremadura.
La
génesis del retablo se encuentra en un cabildo celebrado por la catedral de
Miranda do Douro el 1 de enero de 1610 en el cual se acuerda realizar el altar
mayor. Unas semanas después, en el cabildo celebrado el 26 de abril, se hace
saber que el canónigo Antonio Mendes había marchado a Valladolid parar
comprobar la calidad de los fiadores. Una vez visto que los artífices
vallisoletanos eran de toda solvencia, el canónigo les entregaría la primera
paga de la cantidad total en que se acordaron ambas partes realizar el retablo
mayor. Así, el 23 de septiembre de 1610 se entregan 50 cruzados (el Cruzado fue
una moneda de oro de baja ley que acuñó Enrique II de Castilla en 1269 y que
valía un maravedí y 3 reales) a “Juan Muniategio por
conta da obra do retabulo”. La obra se fue demorando, de tal manera que el
8 de octubre de 1611 se ordena al canónigo Mendes machar a Valladolid para
apremiar a los maestros del retablo. Esta demora se debió a la enfermedad, y
posterior fallecimiento de Muniátegui, el cual murió en el mes de mayo de 1612.
Se eligió como sustituto para continuar con la obra de ensamblaje a Francisco Velázquez,
el miembro más destacado en aquel momento de la más ilustre familia de
ensambladores vallisoletanos del primer barroco.
Velázquez,
que debió iniciar su cometido en el retablo a comienzos de 1612, ya que el 11
de enero de ese año se le abonan 30 cruzados a “Thomas de Velasquez,
mestre do retabulo” (Está equivocado, no es Tomás sino Francisco), se atuvo
al diseño y estructura previamente trazados por Muniátegui. Relata Martín
González que el retablo responde al estilo de Muniátegui: sus retablos suelen
constar de un solo cuerpo, con dos tableros rectangulares a los lados del
ático, según se puede ver también en el retablo del Convento de Porta Coeli, de
Valladolid. El retablo ya estaba acabado en el mes de octubre de 1614 ya que
por entonces se ordenó al fabriquero que lo examinase para ver si se
correspondía con lo acordado en la escritura.
De
la parte escultórica se ocupó Gregorio Fernández, si bien puso la mano, o más
bien la gubia, en pocas imágenes, siendo la mayoría obra de taller. Hemos de tener
en cuenta que el gallego fue el escultor más solicitado tanto por Muniátegui
como por los Velázquez para dotar de imágenes a sus retablos. Finalmente, del
dorado y policromado se ocupó Jerónimo de Calabria, magnífico policromador y
horrendo pintor de caballete. La policromía es de mucha calidad. La encarnación
es mate. En las telas hay ricos brocados y también labores a punta de pincel.
El
retablo se adapta perfectamente a la cabecera del templo, que es alta y plana.
Se estructura en banco, cuerpo principal, un pequeño banco y ático. El banco se
encuentra totalmente dividido en una serie de netos, tanto en los frentes como
en las vueltas, en los que se insertan relieves de santos, apóstoles,
evangelistas y doctores de la iglesia. En el centro del banco figura el
tabernáculo, con el relieve del Agnus Dei
en la puerta, y en las hornacinas laterales San
Pedro y San Pablo. En todos estos relieves del banco observamos dos o tres
manos. A Gregorio Fernández podría corresponderle uno de los Evangelistas y
quizás el San Pedro y el San Pablo, el resto son obra de taller: una de las
otras dos manos es ciertamente mediocre, ya que realiza unas figuras orondas y
sin apenas detalle.
El
cuerpo principal es tetrástilo, con columnas de tercio bajo decoradas con
grutescos. Entre ellas van tableros con escultura. Entre los capiteles se
disponen guirnaldas. En el centro se ha realizado un gran relieve, a manera de pala
de altar, mientras que en las entrecalles se ha preferido disponer dos relieves
de menor tamaño superpuestos. El gran relieve (más concretamente altorrelieve)
que preside el retablo, y que dota de carácter mariano al retablo, es la Asunción. El relieve posee dos zonas
claramente diferenciadas: la inferior, con los apóstoles rodeando el sepulcro
de la Virgen, y la superior, que muestra a la Asunción acompañada de una
multitud de ángeles. El relieve, de carácter pictórico, responde a la modalidad
de Fernández de idear un grupo escultórico prácticamente exento, adherido a un
plano. Es una escena monumental, uno de los mayores relieves del arte
castellano. A Fernández corresponderán alguno de los apóstoles, no todos, y
desde luego el maestro, en mi opinión, no intervino en el grupo de la Asunción,
que parece más bien obra de taller (no hace falta más que observar de cerca el
rostro de la Virgen).
El
grupo de los apóstoles se organiza simétricamente, Fernández ha agrupado las
cabezas con habilidad. Son rasgos muy fernandescos la expresividad de los
rostros, las gesticulaciones de las manos y la presencia de brazos desnudos. También
está concebido simétricamente el grupo de la Virgen, con ángeles danzarines
dando escolta. Los paños se disponen con habilidad y dinamismo. La Asunción es
muy similar a otra que por esas mismas fechas (1613) se encontraba tallando Pedro
de la Cuadra para el retablo mayor de la
iglesia parroquial de Velilla. En este último caso se trata de una
escultura de bulto redondo. No cabe duda de que Cuadra conocía bien el modelo
de Fernández. De hecho la segunda etapa artística de Cuadra es totalmente
deudora del estilo y las iconografías del genial maestro gallego.
En
la entrecalle del evangelio figuran la Inmaculada
y Anunciación; mientras que en la de
la epístola se encuentran la Virgen con
Santa Ana y la Visitación. La
Inmaculada, que anticipa el tipo consagrado por Fernández, también será obra de
taller. Tiene cabeza ovoidea, largo cuello, recurvado, hombros estrechos,
túnica blanca, con cintillo sujeto con lazo, algunos quiebros duros. Manto con
punteado de oro, orilla de piedras fingidas. Pliegues a modo de ondas. A los
pies, media luna y tres cabezas de ángeles aladas. En la tabla que sirve de
fondo, aureola de rayos grabada. Según señala Martín González esta obra pregona
un estilo algo más avanzado que las grandes esculturas del retablo. Sería lo
último hecho, hacia 1613, pues no en balde todos los rasgos van a aparecer en
las Inmaculadas del maestro. También parecen obras de taller los relieves de la
Anunciación, la Visitación y Santa Ana con la Virgen Niña, quizás pertenezcan a
Juan Imberto. Desde luego los rostros de la Virgen y el San Gabriel de la
Anunciación emparentan con su estilo.
Finalmente
tenemos el ático, el cual se haya precedido por un pequeño banco en el que
encontramos multitud de relieves en los netos, tanto en los frentes como en las
vueltas, representando a santos, de similar manera a como lo veíamos en el otro
banco, aunque en un tamaño mucho menor. Su escaso tamaño y la altura a la que
se encuentran no nos permiten identificarlos, tan solo acertamos a ver San Juan
Bautista y San Sebastián.
El
ático está formado por el Calvario,
en el centro, dentro de hornacina de medio punto flanqueada por columnas
entorchadas, y por dos relieves en los tableros laterales, también de
concepción pictórica, que representan a Cristo
atado a la columna y al Ecce Homo.
Estas dos últimas representaciones no tienen nada que ver con las iconografías
tradicionales que utilizó Fernández para efigiar esos dos momentos de la
Pasión. El tránsito de la parte central a los lados se efectúa con arbotantes,
sobre los cuales hay figuras de Virtudes
(Fortaleza y Esperanza). Se corona con frontón curvo, en el que está el Padre
Eterno. Los rayos plásticos que emana son un añadido del siglo XVIII.
Del
ático lo único que parece ser obra de Fernández son el Calvario y las dos
Virtudes. El Calvario es el habitual de Fernández de este período, según
conocemos por obras documentadas, como el del retablo mayor de las Huelgas
Reales, de Valladolid. San Juan gesticula, con ademán heredado de Juni. Es muy
hermosa su cabellera, poblada de bucles. La Virgen se encierra en pesados
paños. El Crucifijo es de esbelta figura, con paño de pureza de breve tela, con
lazo en la parte izquierda. Tiene ya corona de espinas, postiza. Las dos
Virtudes se identifican como de Fernández por la técnica de los paños amplios y
la gesticulación de las manos. El Padre Eterno es similar a los de los retablos
mayores de Nava del Rey y la catedral de Plasencia.
En
definitiva, según mi opinión pertenecerá a Fernández algún apóstol del banco,
el San Pedro y San Pablo de la custodia, la parte inferior del relieve de la
Asunción, el Calvario y las dos Virtudes. El resto será obra de taller, quizás
de dos artistas diferentes, uno de ellos podría ser Juan Imberto. Me queda la
duda de a quien pudieran pertenecer los relieves del Atado a la columna y del Ecce
Homo. Como bien señaló Martín González, en las esculturas de este retablo que
se creen propias de Fernández se advierte el estilo de la primera época, a base
de telas abundosas, pliegues amplios, de quiebros suaves. Las cabezas se
pueblan de espesas barbas, puntiagudas, y las proporciones se mantienen muy
esbeltas.
Este
retablo puede ser considerado punta de lanza de la influencia castellana, y más
concretamente vallisoletana, sobre el arte portugués de la frontera. De hecho
en esta zona fronteriza se hallan algunas obras que sin ninguna duda proceden
de Valladolid, como la magnífica María
Magdalena de finales del siglo XVII, quizás debida a Juan de Ávila o Juan
Antonio de la Peña, que se encuentra en la Igreja de Santa Maria da Asunção de
Bragança. Es muy probable que en esa misma ciudad, en su zona, y en muchas
poblaciones limítrofes con Castilla y León podamos encontrar obras procedentes
de talleres vallisoletanos. Tan solo queda buscar.
BIBLIOGRAFÍA
- MARQUÉS DE LOZOYA: “Un retablo vallisoletano en Portugal”, Archivo Español de Arte, Tomo 14, 1941, p. 127.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, pp. 93-96.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, p. 184.
- MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: La huella española en la escultura portuguesa, Universidad de Santiago de Compostela, Valladolid, 1961 p. 47.
- RODRIGUES MOURINHO, Antonio: “O retabulo do altar mor da catedral do Miranda do Douro (Portugal)”, B.S.A.A., Tomo LIV, 1988, pp. 411-425.
¡Buenos días! Interesante todo lo que expone en su entrada me ha dejado con la boca abierta Javier no sólo por el retablo que se ve bellísimo si no por la extensa información que lo acompaña y esa pincelada de nuestra historia que a muchos se nos olvida sobre Portugal. Gracias por compartir sus conocimientos con los que carecemos de ellos así ampliamos nuestra culturilla viajera. No sé si podre visitar esta joya que comparte en mi visita a Oporto (pero lo intentaré) si es así pasaré a comentárselo. Reitero mi agradecimiento y reciba un cordial saludo.
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