Osmundo
y Eloy Hernández pertenecieron a esa brillante floración de artistas que
Valladolid dejó marchar en el primer cuarto del siglo XX, y que lejos de su
tierra natal lograron fama y reconocimiento a escala nacional, e incluso
internacional. Nombres como Anselmo Miguel Nieto, Eduardo García Benito,
Aurelio García Lesmes, Castro Cires, Joaquín Roca, Francisco Prieto, entre
otros, pusieron bien de manifiesto ese espléndido momento artístico que vivió
la ciudad, fruto en gran medida de la labor desplegada por su Escuela de Bellas
Artes.
Desde
el punto de vista estético la producción de ambos hermanos se adscribe
plenamente a la corriente denominada Art
Déco. Los años transcurridos en París durante su juventud y posteriormente
su afán de constante renovación y puesta al día en cuanto a las modas que
llegaban de fuera, daría a su obra una actualidad y sentido de la modernidad
que convierte a los Hernández en unos de los mejores exponentes de esta
tendencia en nuestro país. Por cierto, en los siguientes links encontrareis las distintas partes de las que se compone esta serie.
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Dama del mantón (h. 1936) |
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Desnudo sobre pedestal (entre 1920-1930) |
En
la polifacética labor de los hermanos Hernández -esmaltes, orfebrería,
escultura en metal, marfiles, joyas, azabaches, repujado en cuero, etc.- se
cumple a la perfección uno de los objetivos preferentes del estilo: la voluntad
de hacer arte, de hacer objetos estéticamente bellos. Preside toda su obra un
refinado ornamentismo, que no excluye un punto de sofisticación y elitismo.
Aunque a lo largo de su carrera se observa un cierto eclecticismo e inspiración
en los más diversos estilos del pasado, la época de mayor interés de su
trayectoria profesional coincide justamente con los años veinte y treinta, momento
en que sus obras traducen perfectamente ese gusto por la estilización, esa
elegancia del diseño y búsqueda de un depurado geometrismo que define a la
nueva corriente.
Por
otra parte, sus obras acusan un alto grado de conocimiento de la producción déco europea, lo que se explica por la
información adquirida directamente en sus viajes y por su inspiración en
catálogos y revistas francesas y alemanas que divulgaron ampliamente el nuevo
estilo y sus motivos más característicos. Ambos hermanos, siguiendo los
postulados del Art Déco, estuvieron
siempre a favor del trabajo artesanal, recelando de la producción industrial. Conciben
las joyas y los esmaltes para el goce estético, el recreo y fascinación de
espíritu, buscando el refinamiento estético, y el decorativismo a ultranza.
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Copa de los tres rostros (entre 1930-1940) |
La
atracción que ejerció en ambos hermanos el “estilo moderno” no les impediría
revivir en otras muchas de sus obras todo el mundo antiguo de la tradicional orfebrería
española, en especial la del Renacimiento. La imitación de los más variados
estilos (medievales, renacentistas) constituye otra de sus especialidades, si
bien no suele tratarse de mera reproducción literal o copia servil, sino que
toman las tendencias del pasado como punto de partida para sus personales
creaciones.
Un
armonioso equilibrio entre clasicismo y modernidad preside buena parte de su
producción -principalmente la escultórica en metal-, lo que permite descubrir a
veces las más diversas inspiraciones, referencias que van desde el clasicismo
helénico a la sugestión por el exotismo oriental, lo egipcio, el arte negro, lo
bizantino o lo romántico. Decisiva fue la impronta que dejaría en ambos la
contemplación de las joyas máscaras de orfebrería egipcias, así como los
antiguos esmaltes que pudieron admirar en El Louvre, y que decidirían su
vocación, al pretender emularlos.
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Adán y Eva (copia de Juan de Arfe) (h. 1920) |
Los
hermanos Hernández constituyen, sin duda, un claro exponente del auge que
conocieron las artes decorativas en España en los primeros decenios de nuestro
siglo, momento en que se pretendieron revitalizar las distintas especialidades
suntuarias, potenciándose las exposiciones y certámenes a ellas dedicadas. En
este sentido, los años de la Segunda República representarían una etapa de extraordinaria
brillantez, tanto en Barcelona como en Madrid. La obra de los hermanos
Hernández puede relacionarse con esa moderna orientación y ofrece puntos de
contacto y coincidencias estilísticas con algunos de los más interesantes
representantes de la orfebrería y joyería de esta época.
ORFEBRERÍA Y JOYERÍA
Aunque
el carácter tan variado y versátil de la labor de Osmundo y Eloy Hernández
dificulte encasillarles en una determinada especialidad artística, la actividad
primordial y que mejor define su rica y multiforme producción sería, sin duda,
la de orfebres, sin perjuicio de su dominio en otras muchas facetas que van
desde las de escultores y esmaltistas a las de grabadores y miniaturistas.
Se
sintieron siempre orfebres, en el sentido medieval de la palabra, trabajando
artesanalmente, casi como en un taller de la Edad Media o del Renacimiento,
negándose a mercantilizar e industrializar su arte. Auténticos continuadores de
las antiguas dinastías de artífices, su obra venía a enlazar con la gloriosa
tradición de la orfebrería castellana, y más exactamente de su ciudad natal,
que había conocido su momento culminante en el siglo XVI. Exhumando viejas
técnicas de origen medieval, como el esmalte, el nielado o el cincelado en
plata y oro, los Hernández se convirtieron en herederos de los antiguos
orfebres del Siglo de Oro, reaccionando frente a la producción en serie y la
vulgaridad que sumían en el mero oficio y la pura industria el arte de
embellecer aún más los metales y piedras preciosas.
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Copa femenina y copa masculina (h. 1929) |
Su
pasión por la orfebrería les llevaría a estudiar todos los estilos históricos,
desde los comienzos de la joyería artística hasta las más modernas creaciones,
lo que les permitiría depurar el suyo propio con una tenacidad y perseverancia
impropias de los tiempos actuales.
Aunque
iniciada ya en la época de su primera formación vallisoletana, sería no
obstante en París, en sus años de pensionados, cuando se despertaría con
intensidad su vocación por la orfebrería. Allí, en las salas del Museo del
Louvre dedicadas a la joyería y la escultura esmaltadas egipcias, contemplando
las creaciones de los orfebres bizantinos o de los esmaltistas medievales de
Limoges, se revelaría con nitidez su destino y voluntad de artistas.
Especialmente llamarían vivamente su atención los ricos objetos suntuarios
descubiertos en las tumbas egipcias, las piezas de metal esmaltado, las figuras
broncíneas con aplicaciones de esmalte, lapislázuli y otras piedras
semipreciosas, collares, brazaletes, anillos…, en los que se empleaba la más
depurada técnica del “cloisonné” y se combinaba con exquisita habilidad el oro
con la pasta vítrea y las más ricas gemas.
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Pulsera (entre 1950-1960) |
Decisiva
sería también la impronta que dejaría en ambos la esmaltería medieval,
aprendiendo en Francia los distintos procedimientos técnicos, de los que
llegarían a ser consumados maestros. Asimismo, los refinados objetos suntuarios
del Renacimiento llamarían poderosamente su atención, dedicándose más tarde a
plasmar en artísticas bandejas de plata, copas de oro y marfil, cofres y
selectas joyas todo el primor y sensibilidad de que fueron capaces los grandes
orfebres de las principescas cortes italianas. Mayor
interés suscitaría en ambos hermanos las espléndidas creaciones del
Renacimiento español, reservando su más rendida admiración para esa insigne dinastía
de plateros que integraron los Arfe, verdaderos “escultores en oro y plata”. Pese
a esas raíces en la tradición y ese entusiasmo por la antigua orfebrería, su
labor no tuvo nunca por meta imitar servilmente obras del pasado. Desde el
primer momento se propusieron renovar y dar nueva vida a este arte, hermanando
los nuevos gustos con las orientaciones clásicas.
Preside
toda su obra una evidente intención de modernidad, el afán decidido de
expresarse con un lenguaje de su época. De ahí, la deliciosa orientación déco que descubrimos en gran parte de su
producción, su plena adscripción al estilo moderno y sofisticado de la
orfebrería europea de los años veinte. La ornamentación geométrica y
estilizada, que acusa la influencia de la vanguardia cubista y futurista, así
como la elegancia y purismo decorativo constituyen los objetos de gran parte de
su quehacer, en idéntica línea de la más actual platería en boga por entonces.
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Pulsera |
A
lo largo de su carrera profesional, los Hernández se interesarían por todas las
técnicas de la orfebrería, trabajando las más diversas materias preciosas. Así,
las operaciones del repujado y del cincelado en plata y oro no ofrecían
secretos para ellos. A fuerza de golpes de martillo, y de dentro a fuera,
conseguían abombar y dar forma a láminas de plata o de cobre, que
posteriormente solían esmaltar.
En
sus comienzos, allá por los años veinte, se dedicarían durante algún tiempo al
delicado arte del nielado, casi por entonces desaparecido. Por otra parte, el
perfecto dominio de los procedimientos tradicionales les llevaría a
experimentar nuevas modalidades, como por ejemplo a grabar al aguafuerte sobre
plancha de cobre cubierta de piel o a trabajar piedras y materiales difíciles
de labrar, tales como lapislázuli, cristal de roca, marfil, azabaches, etc.
Este último, de tanta tradición en tierras galaicas, llegarían a cultivarlo con
singular destreza, no sólo como aplicaciones en piezas de joyería o en
esmaltes, sino tallando en él verdaderas esculturas en considerable tamaño.
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Cuchillo y figuras de azabache |
La
rica policromía con que decoraban sus obras la obtenían a través del esmalte
-faceta que dominaban como los más grandes especialistas europeos de su
tiempo-, bien por medio del concurso de la pedrería. Sus piezas y joyas nos
ofrecen admirables labores en duras gemas primorosamente talladas, camafeos,
jade, coral, marfil, alabastro, etc.
Especial
interés tendrían sus trabajos de carácter religioso, con los que pretendían
continuar la tradición de la orfebrería española, la cual por entonces conocía
una profunda crisis, habiéndose perdido prácticamente por completo su secular
prestigio. Los hermanos Hernández, como Félix Granda, el sacerdote artista, se
propusieron resucitar la vieja orfebrería, de tan gloriosa tradición española,
y crear un arte cristiano moderno, incorporando muchas veces rasgos de
modernidad a los viejos estilos de otros siglos.
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Expositor de la custodia de la catedral de Valladolid (1931) |
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Custodia de la iglesia de Santiago el Mayor de Vigo (1950) |
Mayor
importancia tuvo su dedicación a la platería civil, actividad que les supondría
numerosos encargos y un bien merecido prestigio en todo el ámbito nacional. A
lo largo de su dilatada trayectoria profesional realizarían gran número de
notables objetos artísticos, destinados a multitud de centros, corporaciones y
sociedades varias: desde valiosísimos trofeos deportivos o bellísimas placas
acreditativas de premios u homenajes, hasta deslumbrantes condecoraciones y
medallas, lujosas cubiertas de libros, exquisitas pitilleras, deliciosos
ceniceros, etc. Fueron especialmente celebradas sus copas y trofeos para
torneos futbolísticos, labrados en plata y con admirables labores esmaltadas
representando alegorías deportivas.
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Broche ondas (h. 1930-1940) |
Como
los orfebres del Renacimiento, muchas veces harían exquisitas y selectas piezas
suntuarias no destinadas a la venta, sino para ser expuestas en certámenes y
exposiciones, obras que guardaban celosamente para sí, con la intención de
poder crear algún día un museo público de sus mejores creaciones.
Pero
es sin duda en el difícil arte de la joyería donde ambos hermanos ofrecen la
mejor medida de su habilidad como orfebres. A partir de su estancia en París van
a iniciar una intensa actividad en el campo del diseño y producción de la joya
artística. Desde sus primeras realizaciones, los Hernández van a acometer la
empresa nada fácil de dignificar la joyería artística, que en su opinión se
había comercializado y banalizado en exceso. Frente a la decadencia que ofrecía
la moderna joyería, ostentosa y exenta de inspiración estética, los Hernández
trabajarían incansablemente para hallar una nueva tipología, para crear piezas
originales y de elegante diseño.
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Reloj de Eloy Hernández (h. 1930-1940) |
ESMALTERÍA
La
gran especialidad de los hermanos Hernández, la modalidad en que su arte raya
más alto y a la que dedicaron mayor atención fue, sin duda, el esmalte, faceta
en la que harán gala de una depurada destreza y de un estilo muy personal. En
ella alcanzarían auténtico prestigio internacional, situándose entre los
mejores cultivadores españoles de este género. Verdaderos
virtuosos en este campo, los hermanos Hernández cultivaron todas las técnicas y
abordaron todos los temas, aunándose su prodigioso dominio del oficio con una
sólida formación e insaciable curiosidad por el estudio y conocimiento de las
diferentes escuelas y talleres de la esmaltería medieval.
Tras
haber gozado de considerable tradición, el arte del esmalte tenía en España a
comienzos de siglo escasos cultivadores. No obstante, el estallido del
Modernismo, con su renovación de la joyería, supondría una revitalización de
todas estas técnicas, y en especial de la del esmalte. Esta hermosa y difícil
especialidad tendría en el ámbito catalán su mejor expresión, concretamente en
las refinadas creaciones modernistas de los hermanos Masriera, y posteriormente
en la Escuela Massana de Barcelona, a través de destacadas figuras como Mariano
Andreu y Miguel Soldevila.
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Plato de mujer acariciando el cabello (entre 1920-1932) |
En
el resto de España, la contribución al resurgimiento y puesta en boga de la
esmaltería se nos ofrece dispersa, pero no de menor significación. Y así pueden
mencionarse, al lado de los hermanos Osmundo y Eloy, a los hermanos Arrúe en
San Sebastián, al doctor Victoriano Juaristi, en Pamplona y en Madrid, a Félix
Granada. Las obras de todos ellos se mostraban como una esperanza de un
renacimiento del esmalte español, que volviera a situar en un puesto decoroso a
esta preciada industria artística, en decadencia por entonces prácticamente en
toda Europa.
Pocas
veces el esmalte ha alcanzado entre nosotros una perfección tan acabada y bella
como vemos en la variada y original producción de los hermanos Hernández. Difícilmente
se puede sacar más provecho a las grandes posibilidades decorativas que el
esmalte ofrece, mayor vistosidad y atractivo a los maravillosos colores e
irisaciones que posee, o más inventiva en los temas y combinaciones con otros
materiales.
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Diana cazadora (entre 1920-1930) |
Prácticamente
autodidactas en este arte, comenzaron a esmaltar muy jóvenes: “No tuvimos en un principio ninguna escuela
de esmalte. Tuvimos que inventárnoslos nosotros… Después, ya cuando comenzamos
a orientarnos, viajamos mucho, viendo en peregrinación artística Cluny, El
Louvre, Limoges… Simplemente para ver lo que se hacía no para imitar”. En
su vocación por el esmalte sería decisivo la contemplación del célebre frontal
de Silos en el Museo de Burgos. Fue en ese momento cuando se propusieron hacer
algún día una reproducción lo más fiel posible de esta pieza maestra de la
esmaltería medieval (“Esto hemos de hacerlo nosotros”), iniciando entonces
tímidamente sus experimentos y su interés por esta compleja especialidad.
Fue
constante preocupación de ambos artífices luchar por no industrializar su
trabajo, rechazando la producción en serie, al estilo de algunas empresas
esmaltistas catalanas. Conscientes de la superior condición de una modalidad
tan delicada y laboriosa, siempre defenderían su entidad artística, protestando
contra el tópico de considerar artesanía al esmaltado.
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Tríptico de Diana cazadora (entre 1950-1955) |
Su
dominio de oficio abarcaba todos los distintos modos de esmaltar, tanto el
tabicado o “cloisonné”, como el excavado o “champlevé”, el pintado o el
denominado transparente de Limoges. Para perfeccionar esta última técnica -la
de mayor dificultad por no existir tabiques que eviten los corrimientos y
mezclas y por requerir múltiples cocciones-. Manejaron
también una cuarta modalidad, denominada el “Champlevé modificado”, que se
obtiene con la incorporación a la plancha de un repujado en diversas materias
ricas, obteniendo auténticos bajorrelieves esmaltados. Esta técnica -según
reconocían los propios artistas- les fue inspirada en los barros cocidos de
Juan de Juni y en algunas obras del vallisoletano Museo Nacional de Escultura.
De los procedimientos citados, los más cultivados por ambos hermanos serían los
bajorrelieves esmaltados y los esmaltes simplemente campeados, formando en
ambos casos deliciosos cuadritos, trípticos o artísticos platos, de la más
variada y original temática.
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Ninfas (entre 1920-1930) |
Su
destreza técnica y afán de experimentación les llevaría a no conformarse
simplemente con la ejecución de placas esmaltadas, aplicando también el
esmaltado a esculturas y bustos de cobre y de plata. Hábiles repujadores, los
Hernández trabajaban con suma pericia las láminas de cobre, golpeándolas y abombándolas,
de dentro a fuera y a fuerza de martillazos, para después esmaltarlas con el
mayor esmero.
Los
esmaltes realizados sobre figuras repujadas, y concretamente los bustos
esmaltados, constituían una modalidad que renombrados artistas durante mucho
tiempo habían ensayado sin lograr los resultados apetecidos. Otra singularidad
importante de sus esmaltes que llamaría poderosamente la atención sería sus
considerables proporciones. Puede decirse sin temor a la exageración que nadie
en la historia del esmalte español ha realizado piezas de tan gran tamaño. De
entre ellas, la mayor que llegaron a ejecutar en su taller sería la placa de
esmalte del Cid Campeador (1937),
obra en bajorrelieve que alcanzaba metro y medio de altura.
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Cid Campeador |
Exponente
de su perfecto dominio del esmalte de la manufactura de Limoges sería la
magnífica reproducción a su tamaño del Frontal
de Silos. Además de esta singular obra, su inspiración en la esmaltería
románica puede comprobarse, asimismo, en varias cruces y calvarios, realizados
sobre cobre en esmalte champlevé, que imitan célebres ejemplares que los
Hernández pudieron estudiar en los museos españoles, tales como la cruz de
altar del Museo Diocesano de la Seo de Urgel (Lérida) o la placa esmaltada con
la escena del Calvario del Instituto Valencia de Don Juan (Madrid). A excepción
del frontal de Silos, en todas estas piezas procurarían introducir, sin
embargo, motivos de su invención, interpretando los modelos medievales, sin
copiarlos literalmente.
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Frontal de Silos (entre 1934-2006) |
Con
mucha frecuencia les atraerían también los motivos jacobeos, ejecutando piezas
alusivas con destino a exposiciones conmemorativas del Año Santo en Santiago de
Compostela. Así, por ejemplo, pueden citarse el Cofre esmaltado con atributos del peregrino y las escenas de
Santiago en la batalla de Clavijo y la Traslación de su cuerpo, arqueta
regalada a Alfonso XIII por el Cabildo de Compostela en 1927; o un precioso Tríptico del Pórtico de la Gloria,
ejecutado según la técnica champlevé.
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Cofre de Santiago (h. 1927) |
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Pórtico de la Gloria (h. 1950) |
Otras
veces iban a realizar obras de temática religiosa, pero con un tratamiento
netamente moderno y de su personal creación. Esmalte de considerable tamaño y con
figuras repujadas, como La Anunciación
(50 cm) o la deliciosa interpretación del Pecado
original, figuran al lado es espléndidos esmaltes campeados como La Piedad, premiada con la Medalla de
Oro de la Exposición Nacional de Estampas de la Pasión celebrada en mayo de
1946, o como la moderna y estilizada Nuestra
Señora de los Mares, entre otros.
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Anunciación |
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Pecado original (entre 1930-1940) |
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Nuestra Señora de los Mares (h. 1950) |
Muy
sugestivos y de inspiración netamente déco
son muchos de sus cuadros esmaltados, en los que acostumbraban a combinar con
el esmalte otros materiales como el marfil o el azabache. Especialmente
atractivo resulta a este propósito el titulado Salomé, cuya danzante figura, a la vez sensual y enormemente
trágica, sostiene entre sus manos la cabeza marfileña del Bautista sobre la
bandeja, como fruto de su orgía macabra, todo ello destacando sobre el fondo
totalmente esmaltado de negro.
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Salomé (entre 1945-1974) |
Sin
embargo, sus esmaltes más celebrados y seductores, los que les valieron los
premios y galardones, fueron los de temas modernos y profanos, verdaderos
caprichos decorativos, auténticas delicias para la vista, cuya originalidad y
actualidad sintonizaba perfectamente con la ola internacional. Son obras de un
espíritu muy déco -muchas de ellas
estilizados y graciosos desnudos femeninos-, que sorprenden por su rica
policromía y hábil juego de tonos y luces de sus refinados esmaltes, piezas que
van desde placas esmaltadas formando preciosos trípticos o cuadritos
encuadrados en marcos de ébano, hasta bellos objetos totalmente esmaltados,
como originales y modernos jarrones, platos, copas, etc.
Sería
sobre todo en el desnudo femenino y la mitología donde los hermanos Hernández
encontrarían su principal fuente de inspiración. Bacantes, ninfas, Dianas
cazadoras, Orfeos y otros muchos personajes de la Antigüedad desfilan por sus
creaciones. Obra maestra y de excepcional tamaño, dentro de esta temática, es
el delicioso friso titulado el Rapto de
Europa (1929) en cuatro piezas totalmente ajustadas.
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Rapto de Europa I (entre 1920-1930) |
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Rapto de Europa II (h. 1929) |
Mayor
importancia tendría dentro de su obra los trípticos o cuadros con temas
paisajísticos. Unas veces tratan rincones de viejas ciudades y pueblos,
principalmente gallegos, mientras que otras ofrecen el impresionante paisaje de
Castilla, por el que siempre sintieron extraordinaria admiración.
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Tríptico de las rúas de la aldea (entre 1920-1930) |
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Tríptico de los labriegos castellanos (h. 1937) |
BIBLIOGRAFÍA
- BRASAS
EGIDO, José Carlos: Los hermanos
Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid,
Valladolid, 2003.
- BRASAS
EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II,
Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
- BRASAS
EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os
Hernández orives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.
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