En
el anterior artículo, en el que abordábamos la impresionante capilla de Nuestra Señora
de las Angustias de la iglesia penitencial homónima, prometíamos al final que en
la siguiente entrega trataríamos acerca del elemento central del camarín, que no
es otro que el elegante tabernáculo que acoge a la Virgen de las Angustias que tan
magistralmente tallara Juan de Juni hacia el año 1561 y para cuyo emotivo
rostro, según la leyenda, el imaginero francés se inspiró en el de una hija
moribunda. Lo primero que hay que señalar es que el tabernáculo que observamos
en la actualidad, de factura neoclásica, no es el que originalmente presidió la
capilla puesto que en el momento de construcción de la misma se fabricó uno de
progenie barroca, y al cual más concretamente churrigueresca debido a las columnas
salomónicas.
El
baldaquino o tabernáculo, estructura que desde épocas atávicas “goza del mayor
prestigio y respeto, pues no hay que olvidar que en (…) su origen se hacía
remontar al Antiguo Testamento, considerándose su propia estructura como obra
directa de la creación divina”, es una derivación de los ciborios utilizados en
las basílicas e iglesias paleocristianas, los cuales solían disponerse sobre
las tumbas de los mártires. Estas estructuras se caracterizaban por su
sencillez arquitectónica puesto que solían tratarse de cuatro columnas unidas
entre sí mediante arcos y cubiertos por un techo plano o con forma de pequeña
cúpula. El fin de estos elementos era proteger y resaltar el altar y los
tabernáculos vinieron a perpetuar estos propósitos puesto que, por ejemplo,
nuestro tabernáculo protege a la Virgen de las Angustias y también resalta su
presencia en el templo. Desde la época paleocristiana se siguió utilizando sin
interrupción, si bien el baldaquino construido por Bernini para la Basílica de
San Pedro entre 1624-1633 constituyó un verdadero hito puesto que vino a
monumentalizar este tipo de estructuras.
En España hay numerosos ejemplos durante los siglos XVII y XVIII: el de la Capilla del Cristo de los Dolores de Madrid (proyectado por el hermano Francisco Bautista y ejecutado por Juan Ursularre, 1664), el de la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés de Madrid (Sebastián de Herrera Barnuevo proyectó uno muy suntuoso pero finalmente se llevó a cabo otro más sencillo por Juan de Lobera en 1660 que desapareció en 1936), el del Sagrario de la Cartuja de Granada (Francisco Hurtado Izquierdo, 1720), el del Convento de Santa Clara de Murcia (José Ganga, 1755), el dedicado a San Pedro Arbués en la Seo de Zaragoza (¿Juan de Salazar?, hacia 1660), el de la colegiata de Daroca (Jaime Ayet y Francisco Franco, 1670-1682) o el de la iglesia de San Felipe y Santiago de Zaragoza (Francisco de Urbieta y Miguel Lamana, 1722).
En España hay numerosos ejemplos durante los siglos XVII y XVIII: el de la Capilla del Cristo de los Dolores de Madrid (proyectado por el hermano Francisco Bautista y ejecutado por Juan Ursularre, 1664), el de la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés de Madrid (Sebastián de Herrera Barnuevo proyectó uno muy suntuoso pero finalmente se llevó a cabo otro más sencillo por Juan de Lobera en 1660 que desapareció en 1936), el del Sagrario de la Cartuja de Granada (Francisco Hurtado Izquierdo, 1720), el del Convento de Santa Clara de Murcia (José Ganga, 1755), el dedicado a San Pedro Arbués en la Seo de Zaragoza (¿Juan de Salazar?, hacia 1660), el de la colegiata de Daroca (Jaime Ayet y Francisco Franco, 1670-1682) o el de la iglesia de San Felipe y Santiago de Zaragoza (Francisco de Urbieta y Miguel Lamana, 1722).
FRANCISCO BAUTISTA Y JUAN URSULARRE. Baldaquino de la Capilla del Cristo de los Dolores de Madrid (1664) |
JUAN DE LOBERA. Baldaquino de la Capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés de Madrid (1660) |
FRANCISCO HURTADO IZQUIERDO. Sagrario de la Cartuja de Granada (1720) |
¿JUAN DE SALAZAR? Baldaquino de San Pedro Arbués en la Seo de Zaragoza (ca. 1660) |
JAIME AYET Y FRANCISCO FRANCO. Baldaquino de la Colegiata de Daroca (1670-1682). Fotografía tomada de http://www.sipca.es/censo/7-INM-ZAR-024-094-001/Colegiata/de/Santa/Mar%EDa.html#.Xsz_BcBS-00 |
La
utilización del baldaquino o templete en sustitución del retablo, especialmente
para el altar mayor o para una capilla de especial significación fue una
solución muy del gusto de los arquitectos neoclásicos. Como señala Pérez
Sánchez, “el inusitado desarrollo de estas estructuras tiene que ponerse en
relación con los nuevos ideales religiosos (…) en los que se buscaba con ahínco
el retorno a las más puras costumbres de la iglesia primitiva, tanto en su
formulación interna como externa”. El baldaquino, que favorecía un culto
circulante dado que los fieles podían contemplar el monumento desde todo su
perímetro, está unido a la peregrinación y a la oración. Es por ello que en
ellos solían emplazarse la reliquia de un santo o una imagen devota de especial
significación (un Crucifijo, la Virgen o un santo), en este caso la Virgen de
las Angustias, la Señora de Valladolid.
TABERNÁCULO
BARROCO (1708-1710)
Como
decíamos, con motivo de la construcción de la nueva capilla y camarín de la
Virgen de las Angustias se decidió levantar un fastuoso tabernáculo o
baldaquino que centrara las miradas de todos los fieles, de manera que se
incrementaría el protagonismo de la efigie. Anteriormente la Virgen estuvo
colocada en un retablo costeado en 1663 por don Antonio de Tapia, presidiendo
una capilla que imaginamos que sería similar a la mayoría de las existentes hoy
en la iglesia penitencial. En el amueblamiento de esta nueva capilla, cuya
construcción se dilató en el tiempo alrededor de una década (1700-1710),
participaron una serie de maestros entre los que se encontró uno de los ensambladores
más descollantes de la ciudad: Francisco Billota (1656-1728), a quien se
encomendó la fabricación de las puertas y ventanas, pero también del elemento
más significativo y el que centraría todas las atenciones de los fieles: el
tabernáculo o baldaquino en el que desde entonces reposaría la Virgen de las
Angustias. Desconocemos por completo su aspecto ya que fue retirado en 1797
tras la construcción de un nuevo ejemplar neoclásico por Francisco Somoza, bajo
el diseño confeccionado por el arquitecto académico Francisco Álvarez
Benavides, que es el que actualmente sigue presidiendo aquel recinto. Uno de
los pocos testimonios que tenemos de la “máquina” barroca fue el que nos legó
uno de los principales “haters” del Barroco, el ilustrado Antonio Ponz: “En una
disparatadísima capilla, por sus ridículos pegotes que cubren las paredes, hay
dentro de un tabernáculo del mismo extravagante artificio una bella obra de
escultura del famoso Juan de Juni, y representa, del tamaño natural, a Nuestra
Señora de los Dolores”.
El
primero en dar a conocer la autoría de Billota del tabernáculo barroco fue
García Chico, que exhumó un documento en el que se nombraba por diputados de la
cofradía al ensamblador y a su hijo en agradecimiento a haberlo fabricado: “… y
se pasó por dicha cofradía a recibir por diputados de ella a Francisco Billota
y a Joaquín Billota su hijo en atención al celo cuidado y trabajo del dicho
Francisco Billota en el tabernáculo que ejecutó para Nuestra Señora…”.
Ignoramos
la fecha exacta en la que Billota extendió la escritura de obligación por la
cual se comprometió a fabricar el tabernáculo por 8.000 reales y con la
condición de que la cofradía le nombrara a él “y a su hijo diputados como se
les ha hecho siendo como y antes era dicho su hijo cofrade de dicha cofradía”.
Billota ya se encontraba trabajando en el tabernáculo en 1708, año en el que se
realizó un inventario de sus bienes y gracias al cual sabemos, por ejemplo, que
la cofradía aún le adeudaba 4.600 reales. En los citados
inventarios encontramos que en diferentes estancias de la casa se encontraban “diferentes
piezas de escultura para el tabernáculo que está hecho por el dicho Francisco
Billota para Nuestra Señora de las Angustias” o “cuatro
gradillas del tabernáculo y urna que está haciendo el dicho Francisco Billota
para Nuestra Señora de las Angustias de cuyo aposento tenía la llave el
susodicho”. Es probable que ya por entonces -recordemos que aún se le adeudaban
4.600 reales- hubiera finalizado de construir el tabernáculo y éste se
encontrara desarmado en varias estancias de su casa-taller puesto que en varias
ocasiones para desprenderse la idea de que ya estaba fabricado. Así, por
ejemplo, tenemos la siguiente reseña: “Don Pedro de Estefanía Sorriva
secretario de su majestad y mayor de millones de la Villa y Corte de Madrid,
cuatro mil y seiscientos reales resto del tabernáculo que tiene hecho para
Nuestra Señora de las Angustias de los cuales dijo se debían bajar mil y
ochocientos para ponerle en toda perfección y cumplir con todas las condiciones
que se hicieron para dicha obra”.
ANÓNIMO. Baldaquino de San Isidro en la iglesia de San Pedro de Aguasal (Valladolid) |
Como
es lógico Billota no trabajó en exclusiva, sino que se vio auxiliado por los
integrantes de su taller, el cual debió de ser bastante amplio si tenemos en
cuenta su vasta producción y que fue uno de los maestros señeros en su arte en
el Valladolid de la época. Uno de aquellos miembros fue el tallista Alejandro
de Araujo cuya viuda, Juana Cachazo, interpuso una demanda a Billota en 1712
para que le abonara “diferentes cantidades de maravedíes que supone le he
quedado debiendo a dicho su marido de la obra que hice para el tabernáculo de Nuestra
Señora de las Angustias de esta ciudad siendo incierto deberle maravedíes
algunos antes me debe cantidades de maravedíes”. También
pudo participar en su fabricación su Joseph Álvarez un aprendiz que Billota
tomó el 12 de enero de 1704 por espacio de seis años y medio.
El
dorado del tabernáculo fue contratado el 15 de diciembre de 1709 por el maestro
Santiago Montes (1674-1742), saliendo por su fiador el batidor de oro Dionisio
García. Por él se comprometía a dorar el “tabernáculo de talla (…) fabricado en
la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias” según las condiciones diseñadas
por el también dorador Antonio Barreda. Previamente a la
adjudicación a Montes se había sacado la obra a subasta y tras una serie de
pujas efectuadas por el propio Montes y por Antonio y Manuel Barreda -padre e
hijo respectivamente-, la obra quedó rematada en el primero en la cantidad de
12.000 reales. Entre los testigos de la escritura figura, precisamente,
Francisco Billota, autor de la parte arquitectónica del monumental baldaquino.
Comenzaría la tarea con la llegada del año nuevo, esto es, 1710 y parece que
colaboraría con él el referido Antonio Barreda puesto que en determinadas
partidas presupuestarias de la cofradía figura su nombre. Así, a comienzos del
referido año se señala un pago “A Antonio Barreda, vecino de esta ciudad, 150
reales, que se ajustó las manos de yeso que dio a las columnas y diferentes
piezas para dorar el tabernáculo, que la mitad de esta partida se ha de bajar a
Montes, el dorador, en lo que ha de haber del dorado de dicho tabernáculo”. Quizás esta colaboración se debiera a la ingente tarea y a
la urgente necesidad de la cofradía por terminar la obra cuanto antes para
poder inaugurarla y colocar definitivamente a la Virgen. Tal es así que la
cofradía acordó en cabildo de 4 de marzo que la procesión hasta la catedral y
posterior colocación de Nuestra Señora de las Angustias en su nuevo trono -el
tabernáculo- tuviera lugar el 6 de septiembre (“Juntos dichos señores en la
sacristía de la iglesia de Nuestra Señora de los Cuchillos para la disposición
de procesión y colocación de Nuestra Señora (…) acordaron que el día 6 de
septiembre que vendrá de este presente año se lleve a Nuestra Señora a la
iglesia catedral (…) para que al siguiente ocho de dicho mes estando ya Su
Majestad en su nueva capilla”).
Además, hemos tener en cuenta que Montes se encontraba muy atareado puesto que
también estaba a su cargo dorar otra serie de elementos de las capillas:
retablos y retablillos (se tratará de los siete del camarín que acogen otras
tantas pinturas de Peti, y los dos retablos colaterales y dos retablos
hornacinas del espacio previo), marcos de frontales, cartelas, balcones de los
tribunales, antepechos, etc…
A
pesar de que desconocemos el aspecto del tabernáculo lo más probable es que se
tratara de una estructura con cuatro grandes columnas salomónicas que acogieran
un ático a la manera del realizado entre 1624-1633 por Gian Lorenzo Bernini
para la Basílica de San Pedro del Vaticano. En Valladolid y provincia no son
muy numerosos los baldaquinos de este tipo, aunque podemos reseñar el
conservado en la localidad de Aguasal, que sirve para sacar en procesión a San
Isidro. Lo que sí que parece claro es que el tabernáculo podía ser rodeado por
los fieles como un deambulatorio puesto que en sus cuadros lados poseía frontales
de altar con sus respectivos marcos.
TABERNÁCULO
NEOCLÁSICO (1796-1797)
Aunque desconocemos con exactitud el
motivo que llevó a la cofradía a sustituir el tabernáculo barroco parece fuera
de toda duda que se trató de un móvil de raíz ideológica por el cual el nuevo
espíritu académico y neoclásico quiso desembarazarse de la “monstruosidad”
churrigueresca para disponer otro ejemplar conforme a lo que para ellos eran
las reglas del buen gusto. En 1791 ya existió un intento de sustitución del
tabernáculo barroco puesto que los días 6 y 9 de agosto se presentaron sendas
series de condiciones para jaspear ese nuevo mueble que se pretendía construir.
En las del día 6, firmadas por Miguel García -aunque pone Manuel García se
tratará de un error-, se hace referencia a que “ejecutando la obra por la traza
de Eustaquio Bahamonde, hace la citada obra en trece mil reales y siendo por la
del señor Benavides diez mil reales”, mientras que en las del día 9 el pintor
Martín Mayo se obligaba a realizar la operación por el mismo precio y “bajo las
mismas condiciones que se presentan por el maestro Miguel García”. Queda fuera
de toda duda que la intención de la cofradía era levantar un tabernáculo de
nueva planta y no solamente jaspear el antiguo para “actualizarle” y disponerle
conforme a las nuevas directrices artísticas dictadas años atrás por Carlos III
y el conde de Floridablanca puesto que en las condiciones de Miguel García se
alude ya a los dos planes efectuados por Eustaquio Bahamonde, que tendría un
coste de 13.000 reales, y el de Francisco Álvarez Benavides, que ascendería a
10.000 reales. Además, en las condiciones redactadas por Mayo se señala
claramente que el dorado y jaspeado sería para el “tabernáculo que se ha de
colocar en la capilla de Nuestra Señora de los Cuchillos”.
Grabado del tabernáculo neoclásico de Nuestra Señora de las Angustias realizado por Julián Hujano (en otras ocasiones su apellido aparece transcito como Hujarro) a comienzos del siglo XIX |
A
estos mismos instantes en que se proyectó, aunque no materializó, el nuevo
tabernáculo pertenecerá un documento sin fecha titulado “Nómina de los maestros
de arquitectura y pintura de esta ciudad que han reconocido los planos del
académico D. Francisco Álvarez Benavides y el arquitecto Eustaquio Bahamonde
vecinos de ella”. En él diferentes ensambladores pujaban en la subasta para
hacerse con la ejecución de la obra. Así, Eustaquio Bahamonde propuso dos
opciones: ejecutarlo por 7.000 reales según el plano diseñado por Álvarez
Benavides, o bien por 6.500 si lo hacía por el suyo propio. El resto de
ensambladores se decantaron directamente por el diseño de Francisco Álvarez
Benavides: Pablo Álvaro, a la sazón teniente director de arquitectura de la
Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes, se ofreció a hacerlo por 6.000
reales, Rosendo Díez por 5.500 reales, Eustaquio Bahamonde por 5.000 reales,
José Sinovas por 4.500 reales y, nuevamente, Bahamonde por 4.000 reales.
Desconocemos el motivo por el cual finalmente no se llegó entonces a construir
el tabernáculo. El hecho que nos confirma que esta subasta acaeció en 1791 y no
en 1796 como hasta ahora se creía es que entre los maestros pujantes figure
Pablo Álvaro, quien no podría haber participado en la de 1796 dado que falleció
el 24 de agosto de 1795.
El
proyecto se demoró, no sabemos si por motivos económicos o de otro tipo, cinco
años hasta que en 1796 una serie de ensambladores -algunos de los cuales ya
habían participado en la subasta de 1791- presentaron sus proyectos para
construir el tabernáculo según los planos diseñados por Francisco Álvarez
Benavides. Los del arquitecto no fueron los únicos que se presentaron
-desconocemos quienes más lo hicieron, quizás estuvo en pugna con los de
Eustaquio Bahamonde como acaeció en 1791- según se desprende de la escritura de
obligación realizada por Francisco Somoza en 1796: “hacer un tabernáculo de
nueva planta donde se ha de colocar con Nuestra Señora de los Cuchillos en su
capilla como lo está en el que actualmente tiene y para ello firmado diferentes
planes o diseños y siendo uno de ellos por don Francisco Álvarez Benavides
maestro arquitecto en esta dicha ciudad con el que se conformaron dichos
señores”.
Que
tengamos certeza presentaron oferta para la subasta del tabernáculo Bonifacio
Núñez, Rosendo Díez y Francisco Somoza, quedando la duda de si también
participaron José Sinovas y Eustaquio Bahamonde puesto que sus proyectos no
están fechados y creemos que hacen referencia a la subasta de 1791. El primero
en presentarla fue Bonifacio Núñez, el 14 de mayo de 1796, con el título de “aclaración
de las condiciones puestas por don Francisco Álvarez Benavides para la
construcción del tabernáculo de Nuestra Señora de los Cuchillos de la
penitencial de las Angustias de esta ciudad”; a continuación, el 31 de mayo,
Rosendo Díez presentó las “condiciones que yo Rosendo Díez, vecino de esta
ciudad y profesor en la arquitectura y tallista, pongo para la obra de
tabernáculo de Nuestra Señora de las Angustias, con arreglo al plan admitido
para ella”. Desconocemos la fecha exacta en que Somoza presentó su candidatura,
pero en todo caso sería en esa segunda quincena de mayo o primera de junio
puesto que el 28 de junio de 1796 ya sabemos que había sido el elegido puesto
que dirigió una misiva a la cofradía en la que solicitaba que “habiendo sabido
las resultas que ha tenido el remate de la obra del tabernáculo y parece ser
mía la obra bajo la postura que yo tengo hecho, estimaré a vuestra merced y
demás señores determinen con la mayor prontitud el que se otorgue su escritura,
pues con el motivo de estar rematando de hacer una obra en la santa iglesia
catedral de Palencia se me sigue mucho perjuicio el detenerme aquí en esta.
Favor que espera de vuestra merced su más humilde servidor QBSM”.
Fotografía tomada del Archivo Municipal de Valladolid |
La
cofradía complació al ensamblador y la escritura se otorgó unos días después,
el 2 de julio. En dicho contrato, en que fue fiado por su suegro Pedro Sierra,
se comprometió a fabricar, según el diseño y condiciones elaboradas por
Francisco Álvarez Benavides, “un tabernáculo de nueva planta donde se ha de colocar
con Nuestra Señora de los Cuchillos en su capilla como lo está en el que
actualmente tiene”. Por su ejecución percibiría “siete mil reales vellón con
inclusión de los dos mancebos que se hallan demostrados en el citado plan”,
teniendo que tenerlo acabado y asentado para el mes de octubre de ese mismo
año. Su construcción se demoró un año más del plazo establecido puesto que no
es hasta el 28 de octubre de 1797 cuando entrega la obra y presenta la minuta
de su trabajo: 600 reales por los mancebos, 960 reales por tallar los
capiteles, 300 reales por el torneado de las columnas, 160 reales por ocho
almas de las columnas, 1.800 reales por la madera, 2.7000 por los jornales y
3.240 reales por su trabajo, un aprendiz y herramientas. A estos conceptos hay
que sumar “otras partidas” que no se especifican y que elevan el coste hasta
los 14.510 reales, más del doble de los 7.000 reales en que se concertó en la
escritura. Aunque Somoza no especifica los motivos de tal retraso sí que
solicita a la cofradía “perdón por la tardanza que ha tenido en su colocación
del retablo, se añaden las conocidas y crecidas pérdidas que por dichas razones
ha tenido el suplicante motivo de la tardanza, pues para suplir éstas tenía que
tomar otras obras y también para asistir a su farmacia de mujer y seis hijos
pequeños”. Entre esas otras obras se encontraba la del archivo de la catedral
de Palencia.
Unos
meses después de acabada su parte arquitectónica la cofradía inició los
trámites para su policromado, o más bien jaspeado, puesto que la operación
consistía en la imitación de mármoles y jaspes de diferentes colores “mediante
esmerada técnica de enlenzado, enyesado, barnizado y charolado, de tal manera
que la imitación se ajustara a las piedras naturales, que debía presentarse
como muestra para atestiguar que la operación resultaba perfectamente imitadora
(…) Dentro del gusto neoclásico es una tarea de imitación perfecta”. Para su
ejecución se eligió el plan y condiciones diseñadas por Martín Mayo -recordemos
que ya se había presentado para este mismo efecto en 1791 para el tabernáculo
que no se llegó a realizar-, y a continuación se sacó la obra a subasta, a la
cual se presentaron los pintores y doradores Juan Recio (8 de marzo de 1798),
Diego de Soto (sin fecha), Leonardo Araujo (29 de abril de 1798), Epitacio
Rodríguez (sin fecha) y el propio Martín Mayo (2 de junio de 1798). El elegido
fue este último que se ofreció a realizar la obra por 12.500 reales, si bien no
pudo llevarla a buen término puesto que falleció el 31 de julio de 1798,
desconociéndose cuan avanzada dejó la obra. Unos días después, el 7 de agosto,
Leonardo Araujo (7 de agosto de 1798), Epitacio Rodríguez (sin fecha) y
Francisco Villazán y Chicote (7 de agosto de 1798), antiguo oficial de Mayo, se
postularon para continuar la tarea inacabada por el finado. Desconocemos quién
de los tres maestros fue el elegido aunque de lo que no cabe duda es de que
siguió al pie de la letra las condiciones diseñadas por Mayo para el “dorado e
imitado al jaspe en el tabernáculo de la capilla de Nuestra Señora de las
Angustias”, en las cuales figuraba como “maestro dorador, estofador e imitador
de mármoles con título para todo este obispado nombrado por el Ilustrísimo
señor don Manuel Joaquín Morón”.
Las
columnas y las basas se debían de forrar “en redondo con lienzo del Imperio de
alto abajo para mayor seguridad y fortaleza para que nunca puedan abrir
asimismo se han de lienzar del mismo lienzo en todas las juntas de las tablas
que forman la cúpula, lo mismo por fuera que por dentro”. A continuación, se
señalan las molduras que debían de dorarse, entre ellas “la media luna que
guarnece la cornisa de él y la estrella con que remata el tabernáculo”,
mientras que todo lo restante habría “de ser imitando a varias piedras de jaspe
naturales, presentando el maestro que haga esta obra los originales y muestras
para que se puedan variar y escoger las de mejor gusto. Y que la colocación de
dichas piedras se ha de hacer por un inteligente a disposición de los Señores
Comisarios”. Tras imitarse las piedras se tendría que “barnizar y charolar con
charoles y barnices que puedan sufrir pulimento la cual obra será bien
pulimentada a toda perfección”. Por su parte, los dos ángeles que flanqueaban
el tabernáculo se policromarían “imitando a mármol blanco de Carrara bruñendo
todos los altos de las ropas y no las carnes dorando en las ropas las orillas
así va con algún otro dibujo”.
Este
tipo de policromía es “hija” del Real Decreto expedido por el rey Carlos III y
el conde de Floridablanca el 25 de noviembre de 1777 por el cual se prohibía la
fabricación de retablos en madera, instándose a que se utilizaran otros
materiales más nobles como la piedra, el mármol, el jaspe, el yeso o el bronce.
Con ello se perseguían una serie de objetivos entre los que se encontraba la
prevención de posibles incendios, u otros más peregrinos como la
desmonetización derivada del uso de oro en los retablos e incluso frenar una
hipotética deforestación del país. Años después, en los Reales Decretos de 1778
y 1786 se prohibió terminantemente el dorado y estofado de las esculturas; y en
la Carta Orden de 8 de noviembre de 1791 el rey Carlos IV prohibió la
construcción de retablos al estilo barroco en madera dorada. Estas directrices
no se llegaron a cumplir a rajatabla puesto que la utilización de materiales
nobles y suntuosos suponía un altísimo coste –este elevado precio era el
resultado del valor intrínseco del propio material, la dificultad que entrañaba
su extracción, el transporte y su tallado– que la mayoría de los comitentes del
país (iglesias, conventos, cofradías, hermandades, etc.) no podía afrontar. Es
por ello que surgió una postura intermedia que se generalizó y que consistía en
seguir construyendo los retablos en madera, o en algunos casos en yeso, y
policromarles imitando las calidades de los referidos materiales nobles. Así,
para la mazonería y las columnas se utilizaron jaspeados o marmoleados de
diferentes colores (verdes, ocres, azules, negros, etc) que proporcionaban una
enorme riqueza visual y contrastes cromáticos; para los capiteles, molduras y
otros elementos decorativos se utilizó el oro para simular bronce; mientras que
las esculturas, de haberlas, se pintaban de blanco para hacer creer que estaban
fabricadas en mármol o en alabastro, aunque otras veces se modelaban en yeso.
Referente a este último aspecto, ya hemos visto que algunos de los maestros que
presentaron condiciones para policromar el tabernáculo señalaban que los
ángeles los pintarían de blanco para simular que estaban esculpidos en mármol
de Carrara.
El
resultado de todo ello fue un armónico tabernáculo neoclásico que combina bien
con el barroquismo imperante en las dos estancias que conforman la capilla de
la Virgen de las Angustias, quizás eso se deba a que se encuentra situado al
fondo del espacio visual presidiendo el octógono del camarín. Se trata de un
tabernáculo redondo rodeado por ocho columnas corintias que soportan un
entablamento y una cúpula de media naranja rematada por una estrella dorada de
ocho puntas. Aunque la mayor parte del tabernáculo se haya policromado con
imitación de mármoles y jaspes, éste se combina con el dorado de ciertos
elementos como los capiteles, dentículos, ovas, etc. Según Martín González y
Urrea esta combinación aporta mayor claridad al esquema.
Altar de la Cofradía de las Angustias en la procesión del Corpus Christi de 2016 |
Altar con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción de 2019. Fotografía tomada de http://valladolidsanta.blogspot.com/ |
El
tabernáculo se proyectó flanqueado por dos ángeles mancebos cuya ejecución
subarrendaría Somoza a un escultor puesto no tenemos noticia de que se dedicara
a este oficio, como si lo hicieron otros maestros ensambladores y tallistas
contemporáneos como Eustaquio Bahamonde. Desconocemos de qué escultor podría
tratarse, aunque un rápido examen visual nos indica que se trataba de un
escultor de no muy altos vuelos, lo cual por las fechas en que se realizaron
era lo común en Valladolid, nada quedaba del esplendor de tiempos pasados. Por
entonces trabajaban en la ciudad tan solo seis maestros: Felipe de Espinabete
(1719-1799), Juan Macías (1721-1802), Juan López (1726-1801), Pedro León Sedano
(1736-1809), Claudio Cortijo (1748-1813) y Eustaquio Bahamonde
(1757-1830/1838), de todos los cuales tan solo Espinabete, López y Cortijo
fueron escultores “puros”, Sedano compaginó la escultura con labores propias de
un ensamblador, profesión a la que se dedicaron mayoritariamente Macías y
Bahamonde.
Actualmente
ambos seres ya no flanquean el tabernáculo -dejaron de hacerlo hacia el año
1965- según se concibió en origen, sino que se hayan retirados a dependencias
de la cofradía. Tras una reciente restauración se les ha podido ver por la casa
de hermandad y también presidiendo algún altar temporal, como el organizado por
la cofradía en la plaza de Fuente Dorada con motivo de la procesión del Corpus
Christi del año 2016 o en la propia iglesia durante la fiesta de la Inmaculada
Concepción de 2019. Es probable que la idea de situar a los dos ángeles
mancebos a ambos lados del tabernáculo se inspirara en la solución empleada por
Gian Lorenzo Bernini en la capilla del Sacramento de la Basílica de San Pedro
del Vaticano, en la que dispuso a los lados de un pequeño baldaquino circular
dos ángeles mancebos arrodillados y en actitud de oración. Sería deseable que
se volviera a retomar la idea original concebida con motivo de la construcción
del tabernáculo y se repusieran a los ángeles a su sitio original, esto es, a
ambos lados de la estructura, y por ende, de la Virgen de las Angustias.
GIAN LORENZO BERNINI. Ángeles mancebos en la capilla del Sacramento de la Basílica de San Pedro del Vaticano (1673-1675) |
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