En
el post de hoy vamos a tratar una de las últimas “relaciones” artísticas que ha
habido entre Madrid y Valladolid: el arquitecto Modesto López Otero. En el
pasado fueron innumerables estos intercambios: de Madrid llegaron numerosas
trazas de retablos, mientras que de aquí partieron grandes pintores y escultores (Antonio Pereda, Alejandro
Carnicero, Luis Salvador Carmona, Pedro Alonso de los Ríos, Alonso de Grana,
etc…) y hermosísimas obras del gran imaginero del barroco castellano: Gregorio
Fernández.
Antes
de comenzar a tratar el tema quiero dedicarle este post a Lucía, mi twittera
madrileña predilecta. Sigue escribiendo así de bien en la revista, me declaro admirador. ¡Va por ti! ;)
Uno
de los arquitectos más importantes de la España del siglo XX fue el
vallisoletano Modesto López Otero. Nacido a orillas del Pisuerga el 24 de
febrero de 1885 sus padres, Juan López Núñez y Amalia Otero Seijas, lo
bautizaron cuatro días después en la iglesia de Santiago Apóstol, parroquia en
cuya pila fueron bautizados numerosos artistas en siglos precedentes. Me
gustaría señalar que en esta ocasión las imágenes no son mías, la inmensa mayoría han sido
obtenidas de http://open.ieec.uned.es/HussoDigital y www.madrid1936.es
Sus
estudios de bachillerato los cursó en el Colegio de los Escolapios, pasando
posteriormente en el año 1902 a Madrid para realizar el curso preparatorio en
la Escuela de Agrónomos e ingresar posteriormente en la Escuela de
Arquitectura. En 1910 se graduó como arquitecto como el número uno de su
promoción. Sus comienzos están íntimamente unidos a los de su amigo y compañero
José Yánoz Larrosa. Juntos obtuvieron diversos galardones: el primer premio del
concurso para el Monumento
a las Cortes de Cádiz y la Medalla de Oro en el Concurso para la Exposición
Nacional de 1912. Asimismo, a título individual, López Otero obtuvo el premio
del Primer Salón de Arquitectura de la Sociedad de Amigos del Arte en 1911 y la
beca Hans Peschl que concedía cada año la Real Academia de Bellas Artes a
alumnos destacados para realizar estudios en Viena. En 1915 su currículum se
vio ampliado con la obtención de sus dos primeros encargos como arquitecto
(ambos premios del Ayuntamiento de Madrid a los mejores edificios construidos
en la capital durante ese año): una vivienda-estudio para
el escultor y académico Miquel Blay y un edificio de viviendas
en la calle de Fortuny, nº 35, este último aún en pie. A partir de entonces
los reconocimientos fueron una constante en su vida.
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Imágenes del proyecto para el Monumento a las Cortes de Cádiz (1915) |
Su
vocación docente le llevó a presentarse a la oposición para la cátedra de
proyectos de tercer curso de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de
Madrid en 1916 y a ser elegido director de la misma por unanimidad en 1923,
tras el fallecimiento de Luis Landecho. Por su cátedra pasaron algunas de las
grandes figuras de la arquitectura española del siglo XX: Fernando Chueca
Goitia, Francisco Carvajal, Francisco Javier Sáenz de Oíza, Miguel Fisac,
Francisco de Asís Cabrero, etc…
López
Otero permaneció veinte años al frente de la dirección de la Escuela, durante
los cuales llevó a cabo importantes cambios para su evolución y modernización.
Ante todo, el traslado de la Escuela desde el antiguo pabellón de la calle de
San Bernardo hasta el moderno edificio proyectado por su alumno Pascual Bravo
en la Ciudad Universitaria de Madrid. Sin embargo, su privilegiada posición
como arquitecto-director del proyecto de la Ciudad Universitaria permitió, por
fin, que los arquitectos madrileños alcanzarán tan ansiado cambio. También
modificó y renovó el plan de estudios con la incorporación de nuevas materias,
ya que la enseñanza mantenía, en aquellos primeros años del siglo XX, un
anticuado plan de estudios basado principalmente en materias de dibujo,
restando importancia a las asignaturas técnicas –estructuras, construcción,
instalaciones–, las cuales resultaban ya imprescindibles para el ejercicio de
la profesión. También puso gran interés en la actualización y ampliación de los
fondos de la Biblioteca, hecho conseguido gracias a la incorporación de los
3.000 ejemplares de libros y revistas donados por Juan Luis Cebrián, un
ingeniero militar emigrado a California.
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Modesto López Otero |
Sus
discípulos y compañeros hablaron de él destacando su extraordinaria calidad
humana, además de su demostrada valía profesional. Existe unanimidad para
definir su carácter como bueno, grato y conciliador, trasluciéndose un general
sentimiento de agradecimiento de sus discípulos más directos hacia su persona.
En cuanto a su faceta como profesor, muchos de sus antiguos alumnos
coincidieron en alabar la libertad con que les permitía trabajar, sin marcar
estilos ni tendencias, permitiendo al alumno encontrar su propio camino en el
mundo arquitectónico. Estos testimonios ayudan a componer su personalidad,
reflejando su sentido del humor, su carácter sociable y su capacidad de
adaptación a las diversas circunstancias, por lo que resulta fácil comprender
por qué tan admirado y alabado.
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Modesto López Otero al tiempo de ser Director de la Real Academia de San Fernando de Madrid |
LA
CIUDAD UNIVERSITARIA DE MADRID
Su
trabajo más significativo y aquél por el que es más recordado y reconocido
dentro de la historia de la arquitectura española es el realizado en la Ciudad
Universitaria de Madrid. Su nombramiento fue realizado por el rey Alfonso XIII
en unanimidad con la Junta Rectora de la Ciudad Universitaria en 1928. Dicha
Junta se fundó en 1927 tras ceder el Rey los terrenos de la Moncloa, propiedad
hasta entonces de la corona española, para dar una ubicación a tan magno
proyecto y poder comenzar a desarrollarlo. Así lo expresó públicamente en su
primer encuentro con un grupo de arquitectos y profesores universitarios en
julio de 1924: “Yo
he pensado en la necesidad de emprender la construcción de edificios de una
gran Universidad que no fuera solamente nacional”. Ya por entonces se
habían alzado muchas voces para criticar el lamentable estado en que se
hallaban los edificios universitarios madrileños, distribuidos son orden por la
ciudad en inmuebles anticuados y obsoletos.
El
primer paso de la Junta fue nombrar una comisión que investigase y conociese
los campus universitarios más avanzados del mundo. Elegido miembro de dicha
comisión a instancia de Luis Landecho, el cual alegó razones de salud para ser
sustituido, López Otero formó parte del viaje, lo cual sería además una
magnífica oportunidad para conocer la arquitectura norteamericana, tanto la de
vanguardia como la perteneciente a la época de la colonización española.
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Proyecto ideal de la Ciudad Universitaria de Madrid (1928) |
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La Ciudad Universitaria en la actualidad |
Elegido
por unanimidad arquitecto-director del proyecto en la Junta General celebrada
el 25 de abril de 1928, rápidamente organizó una oficina técnica, para la cual
reunió un equipo de profesionales compuesto en su totalidad por jóvenes
promesas de la arquitectura que comenzaban a destacar a finales de los años
veinte: Miguel de los Santos, Agustín Aguirre, Luis Lacasa, Manuel Sánchez
Arcas, Pascual Bravo…
El
planteamiento básico del proyecto se basaba en la creación de un campus
integrado en la naturaleza, donde el estudiante se viese rodeado de un entorno
sosegado y tranquilo, y en el que el paisaje natural apoyase un ambiente de paz
y tranquilidad. Este aspecto era el que más había gustado a la comisión en su
viaje. López Otero escribió un importante número de notas acerca de las
directrices a seguir y del objetivo a lograr para obtener “un refugio como era
el claustro de la edad media para el estudio y la mediación”.
Comenzó,
entonces, a plantear grandes espacios ajardinados que conectaban las diferentes
facultades agrupadas por especialidades. Así la primera fase correspondió a la
urbanización del conjunto y a la construcción del primer grupo de facultades:
Medicina –que abarcaba Farmacia y Estomatología–, Filosofía, Derecho y
Arquitectura, entre otras, además de algunas residencias de estudiantes. La
urbanización dio lugar al primer problema técnico: el gran desnivel del
terreno. Los desniveles se salvaron mediante la inclusión de diversos
viaductos en los puntos más conflictivos. Se contó para ello con la
colaboración con Eduardo Torroja, joven ingeniero de Caminos, cuya labor en
esta primera fase fue determinante y comenzó a proporcionarle los primeros
reconocimientos profesionales. Fruto de la colaboración profesional entre
Torroja y López Otero nacería una profunda y duradera amistad. Sus comunes
inquietudes les llevaron a fundar, junto a otros compañeros, el Instituto de la
Construcción en 1934, gracias a la cual mejoró de forma ostensible la calidad
de la construcción española.
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Vista de las facultades denominadas como "Grupo Médico" |
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Facultad de Medicina |
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Facultad de Farmacia |
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Facultad de Filosofía |
La
segunda fase la contemplaban la facultad de Bellas Artes, el conservatorio, el
paraninfo, la biblioteca y el templo. Una tercera base abarcaba las
instalaciones deportivas, los museos y otros edificios complementarios. La
concepción formal de los edificios pretendía ser moderna, basada en la
arquitectura madrileña compuesta por ladrillo visto, granito y piedra blanca,
pero la Junta Constructora quiso una imagen más monumental por lo que
finalmente en esas primeras fases se utilizó el aplacado de piedra y los
accesos porticados con grandes columnas.
Las
obras se ejecutaron a buen ritmo hasta que en 1931, con la llegada de la
República, se produjo un cambio de responsables al frente de la Junta
Constructora. Sin embargo todo el equipo técnico, con López Otero al frente,
sería ratificado en su cargo, hecho que políticamente causó gran sorpresa,
aunque cargado de lógica y sentido común. Superándose, en ocasiones con dificultad,
el problema económico que planteaba una inversión de tal magnitud, se logró
inaugurar en los años siguientes los primeros edificios, pero la llegada de la
Guerra Civil en 1936 resultaría terrible para la construcciones universitarias,
ya que fue precisamente esta zona un frente de batalla durante meses, llegando
incluso a darse la circunstancia de ocupar ambos bandos distintas zonas de un
mismo edificio.
Una
vez finalizada la guerra, se constituyó una nueva Junta Constructora, esta vez
dependiente de la recién creada Dirección General de la Arquitectura con Pedro
Muguruza al frente, la cual ratificaría por tercera vez a López Otero en su
puesto, demostrándose nuevamente la importancia que su terminación había
adquirido para el interés nacional. Dado que el recinto universitario había
quedado casi irreconocible, se comenzó rápidamente a planificar la
reconstrucción de aquellos edificios que aún podían ser salvados, otros
hubieron de ser derribados y construidos de nuevo.
Iniciadas
las reconstrucciones se diseñó un nuevo plan de actuación en 1943, tras el cual
vendría otro en 1948 que trataría de buscar solución a un tema hasta entonces
poco considerado y que sin embargo terminaría por ser el mayor problema de la
Ciudad Universitaria: el tratamiento vial, los accesos de vehículos y los
aparcamientos, además de completar la necesidad de ampliación con nuevas
edificaciones como la del Instituto de Psicología, la facultad de Ciencias
Políticas y la de Ciencias Biológicas y el aumento del número de residencias
estudiantiles.
A
partir de los años cincuenta comenzó a permitirse la construcción de edificios
no previstos en el proyecto general, lo cual implicaba la intervención de
arquitectos ajenos a la Junta Constructora y por tanto desligados de los
principios estéticos de ésta. Se trató de luchar contra estas actuaciones que
distorsionaban claramente el conjunto y su entorno, pero su número se
descontroló y terminaron por hacerse dueñas del recinto universitario.
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Facultad de Derecho |
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Campo de Deportes |
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Campos de Fútbol y Rugby |
Lógicamente
este crecimiento desordenado afectó considerablemente al conjunto que iba
paulatinamente perdiendo su homogeneidad y, aunque la labor de López Otero al
frente del proyecto continuó durante toda su vida profesional, resultó
imposible impedir la disgregación del conjunto.
Los
proyectos llevados personalmente por López Otero en la Ciudad Universitaria fueron
los viaductos del Aire y de los Quince Ojos y las instalaciones deportivas del
suroeste en colaboración con Eduardo Torroja; la iglesia de Santo Tomás de
Aquino en 1942, realizada finalmente con un proyecto distinto del suyo; el Arco
de la Victoria, realizado en colaboración con Pascual Bravo, y el paraninfo,
ninguno de los cuales fue ejecutado. Sería ésta la gran decepción de López
Otero, ya que además de considerar dicho edificio como el remate fundamental
del proyecto universitario consideraba su existencia como fundamental para el
funcionamiento de la Universidad.
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Complejo Deportivo Zona Sur en en el Plano ideal de la Ciudad Universitaria (1928) |
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Viaducto del aire |
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Viaducto del Aire en primer término y al fondo el Viaducto de los Quince Ojos |
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Viaducto de los Quince Ojos |
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Arco de la Victoria |
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Proyectos y alzados del Paraninfo y Rectorado |
OTROS
PROYECTOS
En
Madrid por entonces se potenciaba el neoclasicismo. La influencia extranjera,
muy escasa, provenía de Viollet-le-Duc, arquitecto francés de tendencia
medievalista, con lo que se produjeron mezclas de estilos que no permitían
definir una trayectoria clara para los recién titulados. A ello se unió el
temprano éxito de Antonio Palacios, cuyo proyecto de Palacio de Cibeles causó
verdadera conmoción entre los profesionales de la época. Este arquitecto, con
quien al parecer colaboró brevemente López Otero, influyó inicialmente en él.
Unida
a este panorama artístico se hallaba la circunstancia de la conocida revolución
industrial, que supuso un vertiginoso avance de las técnicas constructivas con
la inclusión de materiales como el hierro y el hormigón armado en la
construcción de las obras arquitectónicas. En el caso concreto de López Otero,
y sin olvidar que él mismo se calificó como “arquitecto ecléctico”, su
capacidad de adaptación y creación a partir de los más variados lenguajes
arquitectónicos sorprende sobremanera.
Así,
al estudiar sus obras, además de los comienzos ya mencionados del Monumento a las
Cortes de Cádiz, la vivienda para Miquel
Blay y el edificio
de la calle de Fortuny, llevó a cabo otros como un hotel particular para
promoción en la calle de Álvarez de Baena, hoy desaparecido, y obras de
gran tamaño como fueron el Hotel Nacional en
el Paseo del Prado esquina a la calle de Atocha; el Hotel Gran Vía;
el Gran Hotel,
de Salamanca, muy cerca de la Plaza Mayor de esta ciudad; la Casa de Ejercicios de
los PP. Jesuitas en Chamartín de la Rosa; la sede de la Unión y el
Fénix de la calle de Alcalá, el Colegio de España
en París y la iglesia-convento
de los PP. Capuchinos en Pamplona, entre otros.
El
estudio de estas obras permite comprobar cómo a la gran diversidad tipológica
de sus obras, algo bastante peculiar en la trayectoria profesional de un
arquitecto, se ha de añadir una amplia diversidad de respuestas formales,
quedando reflejada su personalidad arquitectónica de forma inigualable.
Dentro
de la línea ecléctica comendada, López Otero no definió un proceso formal con
el que desarrollar una trayectoria estética en todos sus proyectos, sino que
dio a cada proyecto una respuesta singular, en algunos casos tan distinta que
resulta difícil considerar que pertenecen a un mismo autor. Es ello, sin
embargo, la demostración de su espíritu creador, la demostración de su espíritu
creador, representando cada obra un testimonio personal y único.
La
vivienda de Miquel
Blay (1915), sin embargo, presenta un aspecto brutalista mucho más moderno,
en el que se intuye una influencia del Hospital de Mahúdes de Antonio Palacios,
por los grande almohadillados de la piedra y los juegos volumétricos en busca
de contrastes de claroscuro.
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Vivenda del escultor Miquel Blay |
Es
también en 1915 cuando proyecta el Hotel de la calle
Álvarez de Baena, encargado por los promotores Torán y Harguindey. En él
retorna en cierta manera a la línea historicista de los primeros concursos
incluyendo detalles afrancesados propios de edificios como el Casino de Madrid
de José Luis Salaberry o el Hotel Palace de Eduardo Ferrés Puig.
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Hotel de la calle Álvarez de Baena |
De
ese mismo año, sin embargo data el Edificio de viviendas
de la calle de Fortuny, en el que la influencia de la arquitectura vienesa,
personalizada en Otto Wagner, es clarísima, tanto en la formación de los huecos
como en la decoración de las fachadas, incluyendo piezas cerámicas con motivos
florales y en la utilización del hierro en rejas y barandillas.
Y
sin embargo, en 1917 proyectó la Casa de Ejercicios de
los PP. Jesuitas en el más puro estilo neomudéjar con ladrillo visto y
piedra. Este estilo estaba en pleno auge a principios del siglo XX merced a
arquitectos como A. González y E. Rodríguez Ayuso, entre otros, que inundaron,
primero, Sevilla y, después, Madrid de ricas fachadas de ladrillo visto
formando todo tipo de ornamento.
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Fotografía tomada de http://www.fuenterrebollo.com/recuerdos/chamartin-rosa.html |
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Fotografía tomada de http://www.fuenterrebollo.com/recuerdos/chamartin-rosa.html |
En
1919 López Otero sorprende al proyectar dos hoteles, Nacional y Gran Vía, y un
edificio de oficinas, la Sede de La Unión y el
Fénix, bajo las premisas de la arquitectura norteamericana del edificio en
altura. En ellos es evidente la interpretación de los cánones de la
arquitectura de Adler y Sullivan, que sembraron Chicago de fachadas de grandes
huecos en dos planos de acentuada verticalidad y rotundos remates de
coronación. El propio arquitecto habla en la memoria del proyecto de la
necesidad de una disposición
eurítmica que divida la fachada en distintos cuerpos de la debida
proporción.
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Hotel Nacional |
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Hotel Gran Vía |
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Sede de La Unión y el Fénix |
Sin
embargo, tras éstos, y una vez conocidas las obras de estos arquitectos
americanos “in situ” merced al viaje que realizó con la Comisión de la Ciudad
Universitaria, desarrollaría su siguiente obra, el Hotel Cristina,
de Sevilla, en un claro estilo colonial, incluyendo detalles ornamentales
dibujados por el arquitecto en dicho viaje.
Fue
esta influencia bastante pasajera, ya que sus obras posteriores, el Gran Hotel de
Salamanca, única obra que mantiene el interior original, y el Colegio de España
en París, responden a una estética mucho más clásica y contenida, cercana al
neoclasicismo de Villanueva. La solemnidad y la majestuosidad de la obra parisina,
con revestimiento en granito y sus torres rematadas con pináculos y adornadas
con los escudos universitarios, son un retorno a la más clásica de las fuentes
de creación.
No
se debe olvidar, pese a la escasa incidencia que tuvo, la intervención de López
Otero en la restauración de la catedral de Cuenca, labor iniciada por su
maestro Vicente Lampérez, tras el derrumbe de la fachada barroca de siglo
XVIII, en 1902. Fue esta desgracia el detonante para que la catedral fuera
declarada monumento nacional y se encargara al prestigioso arquitecto su
completa restauración. Redactó Lampérez un proyecto basado en las iglesias
anglonormandas, compuesto por grandes arcos y rosetones, el cual se ejecutó
hasta su fallecimiento. Fue entonces, en 1923, cuando se solicitó a López Otero
la continuación de los trabajos de restauración, los cuales llevó a cabo con
total respeto del proyecto de su antecesor hasta que los problemas de
financiación terminaron por paralizar las obras, las cuales nunca fueron
continuadas.
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Colegio de España en París |
Unos
años después, en 1939, realizó el proyecto de la iglesia de los PP.
Capuchinos de Pamplona, proyecto en el que el lenguaje moderno comienza a
irrumpir. Hay en éste y en el último proyecto, ya mencionado, del paraninfo de
la Ciudad Universitaria, una clara adaptación del estilo que él mismo denominó
nueva arquitectura. La combinación del ladrillo visto y la piedra, ya
utilizados con anterioridad en la Casa de Ejercicios, se utiliza en este caso
para resolver los elementos de interés, rosetón y acceso, a la vez que remata
ventanas y cornisa.
Del
análisis de estos proyectos surge su principal característica como creador, la
del arquitecto investigador, estudioso de los diversos estilos y tendencias que
componían el panorama arquitectónico del momento. Ya se ha mencionado que el
propio autor asumió su eclecticismo como consecuencia lógica de su formación
academicista. Ahora bien, definido el eclecticismo como el estilo resultado de
la mezcla de elementos diversos de variada procedencia, es evidente que la
composición y adaptación de dichos elementos se convierte en sus obras en
creaciones únicas por la destreza en el manejo de dichos elementos. Gustó de
experimentar su capacidad de interpretación en los proyectos, y los resultados
sorprenden por su personalidad. Ya sea empleando un estilo moderno, clásico,
neogótico o neomudéjar, sus obras logran una singularidad propia demostrando en
ellas un gran dominio de los estilos arquitectónicos y de la retórica
compositiva.
LÓPEZ
OTERO, ACADÉMICO Y CONFERENCIANTE
Además
de su trabajo de arquitecto, López Otero mantuvo una amplia actividad
intelectual, sobre todo, debido a su elección como miembro de la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando y por su dedicación docente. Su relación con la
Real Academia comenzó en 1923 cuando es elegido miembro de la institución en
sustitución del fallecido Ricardo Velázquez Bosco. Su discurso de ingreso,
leído el 26 de mayo de 1926, fue contestado por Miquel Blay y versó sobre “La
influencia española en la arquitectura norteamericana”, tema que trababa sobre
la arquitectura de las misiones del siglo XVI, aquellas que fueron primeras
edificaciones occidentales en Norteamérica.
Entre
los compañeros que tuvo en la Academia se encuentran Luis Moya, Teodoro
Anasagasti, Leopoldo Torres Balbás, el marqués de Cubas y, más tarde, sus
antiguos alumnos Pascual Bravo y Luis Gutiérrez Soto, entre otros.
Su
labor en la Academia se dirigió principalmente hacia la defensa del patrimonio
histórico artístico español, permaneciendo siempre vigilante acerca del estado
de la arquitectura española y denunciando en muchos casos el abandono y olvido
de que era objeto. Tras ocupar el puesto de secretario de esta institución
durante varios años, fue elegido director por unanimidad en 1955, cargo que le
enorgulleció sobremanera, por ser el primer arquitecto en la historia de la
Academia que recibía tal distinción, cuestión que le obligó a ampliar
considerablemente su dedicación a la institución.
Escribió
algún artículo, como “El II centenario de
la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando”, y pronunció algunos
discursos como “Los
académicos en el tiempo de Goya”, además de contestar a un importante
número de nuevos miembros en sus discursos de ingreso.
Su
interés por la historia de la arquitectura española le valió igualmente su
elección como miembro de la Real Academia de la Historia en 1932, disertando
esta vez sobre “La
técnica moderna en la conservación de monumentos”. Para la Academia de la
Historia redactó varios informes sobre monumentos españoles como el monasterio
de San Pedro de Arlanza, la Casa del Nuevo Rezado (actual sede de la Academia),
el palacio de Medina Azahara, la mezquita de Córdoba, etc…
BIBLIOGRAFÍA
- SÁNCHEZ
DE LERÍN GARCÍA-OVIES, Teresa: Modesto
López Otero vida y obra, Universidad Politécnica de Madrid, Madrid, 2000.
- SÁNCHEZ
DE LERÍN GARCÍA-OVIES, Teresa: “El arquitecto y académico Modesto López Otero”,
Boletín de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2000, núms. 94-95, pp. 59-78.
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